El Audi 80 Avant 2.6 Quattro era un coche sin rivales directos en España, había creado una categoría para sí mismo o casi, tan solo se asemejaba, ligeramente, el Subaru Legacy con el motor de 2,2 litros, aunque era menos potente y no tenía el refinamiento del V6 que daba vida al modelo alemán.
No es nada nuevo si decimos que los familiares nunca han tenido una buena acogida en España. Siempre han sido vistos como coches un poco feo, comparados por lo general con el típico coche fúnebre a pesar de que sus diseños se han perfilado con los años. Sin embargo, las carrocerías familiares tienen mucho encanto y dinámicamente son excelente, en ocasiones incluso mejores que los modelos de los que toman partida al tener unas suspensiones algo más firmes.
Ese encanto lo demostró la misma Audi con el mágico y deseado RS2 y su motor turbo de más de 300 CV. Un familiar con prestaciones al nivel de un deportivo ya sí era interesante, aunque solo fuera por su potencial para “asustar” a los más veloces en carreteras de montaña. Sin embargo, no hacía falta ir tan lejos para encontrar cosas más que atractivas en el mismo catálogo del Audi 80.
Unos escalones por debajo del RS2 estaba el Audi 80 Avant 2.6 Quattro, un modelo que por prestaciones y aptitudes dinámicas, podía ser una muy buena opción para un papá con pasión por conducir o por aquel aficionado al ciclismo que gusta de acudir a su tramo favorito sin dejar escapar la oportunidad de disfrutar por el camino. Y son unos ejemplos, hay muchos más de los que nadie se escapa –la tediosa y aburrida compra en el super, llevar a los niños al colegio, viajar con mascotas… –.
El 80 Avant 2.6 era, cuando se inició su comercialización en España, la única opción “a gasolina” que se ofrecía en España sobre la carrocería familiar del modelos alemán, la cual, se acompañaba de una más popular y accesible, equipada con el conocido 1.9 TDI en su versión de 90 CV. En Audi optaron por ofrecer solo estas dos opciones en el 80 Avant, porque la competencia real en el mercado era mínima y las ventas, limitadas. Sobre todo si se optaba por la tracción total, en cuyo caso, las ventas eran todavía menores.
A comienzos de los 90, el Audi 80 era un coche respetable por tamaño y por calidad de construcción. La carrocería Avant rondaba los 4,5 metros de largo, una longitud notable para un sedán compacto en aquellos años, que se acompañaba con un diseño interior y unos acabados por encima de la media –algo en lo que Audi siempre ha destacado–. Todo ello, en la versión 2.6 Quattro, formaba un conjunto muy atractivo.
Tracción total y un motor V6 de 2,6 litros en una carrocería familiar; todo un rara avis a comienzos de los 90
El 80 2.6 Quattro escondía bajo el capó un propulsor V6 de 2.598 centímetros cúbicos de aspiración atmosférica, que rendía 150 CV a 5.750 revoluciones y 22,9 mkg a 3.500 revoluciones. Cifras correctas para la época, que movían con soltura un coche que rozaba los 1.500 kilos de peso con el sistema de tracción total. Como curiosidad, según una prueba de la revista Autopista este motor se combinaba con un cambio manual “típicamente Audi”, con recorridos algo largos y accionamiento un poco lento.
Con datos en la mano publicados por la mencionada revista, el Audi 80 Avant 2.6 Quattro no se podía tildar de coche rápido, aunque tampoco se podía quejar quien se pusiera al volante. Hacía los 400 metros desde parado en 17,31 segundos y los 1.000 metros también con salida parada en 31,82 segundos. La velocidad máxima se cifró en 205 km/h y los consumos en 11,8 litros de media –la autonomía estimada, con un depósito de 64 litros, era de 540 kilómetros–.
Sin embargo, aunque contaba con unas suspensiones algo blandas, lo mejor del Audi 80 Avant 2.6 Quattro era su andar, su comportamiento en carretera. Hacía que todo pareciera fácil, con una dirección precisa, un nivel de agarre muy elevado y una estabilidad que ofrecía una gran sensación de control. De hecho, lo hacía todo tan fácil que su conducción resultaba un poco aburrida.
Javi Martín
Si me preguntas de donde viene mi afición por el motor, no sabría responder. Siempre ha estado ahí, aunque soy el único de la familia al que le gusta este mundillo. Mi padre trabajó como delineante en una empresa metalúrgica con mucha producción de piezas de automóviles, pero nunca hubo una pasión como la que puedo tener yo. También he escrito un libro para la editorial Larousse sobre la historia del SEAT 600 titulado "El 600. Un sueño sobre cuatro ruedas".COMENTARIOS