Lexus está de aniversario. Este otoño se cumplen 30 años desde que la marca nipona lanzara su primer modelo, el Lexus LS 400, comenzando así una andadura en busca de la perfección en cuanto a fiabilidad, tecnología, refinamiento o técnica. La idea de plantar cara a los grandes fabricantes Premium alemanes se había iniciado en 1983 cuando Eiji Toyoda, presidente de Toyota en aquella época, planteó el reto de construir el mejor coche de lujo del mundo.
Para ello se creó durante su desarrollo un numeroso equipo especializado compuesto por 60 diseñadores, 1.400 ingenieros y más de 2.300 técnicos alrededor de todo el mundo, pero con especial énfasis puesto en Estados Unidos, su principal mercado objetivo. La publicidad de EEUU mencionaba la “incansable búsqueda de la perfección”. No repararon en gastos.
Primero había que decidir darle un nombre a la marca que la desvinculara de Toyota. Se recurrió a una consultora neoyorquina que llegó a presentar hasta 219 nombres, entre los que se incluían denominaciones como Calibre, Chaparel, Vectre o Alexis. Este último fue cobrando fuerza y se alzó como el candidato con más papeletas.
Aun así, el encargado del proyecto jugó con las letras, eliminando primero la «A» inicial hasta llegar al sugestivo nombre de Lexus, de “Luxury EXport United States” (con algunas reminiscencias al sustantivo “Luxury”, que en inglés significa “lujo”). En cuanto al coche, se conoció inicialmente como F1 Project, y en 1988 se estableció LS como las siglas para Luxury Sedan.
Poco más tarde hizo su debut en el Salón de Detroit de 1989, su fabricación comenzó en verano y finalmente se puso a la venta en otoño de ese mismo año. Su éxito fue inmediato
La berlina que proponía Lexus era un sedán de cuatro puertas con un diseño no demasiado llamativo, pero contundente. Medía 5.005 mm de longitud y 1,83 metros de ancho, tenía una altura de 1.440 milímetros y una distancia entre ejes de 2,81 m. Se enfrentaba así a modelos como el BMW Serie 7 (E32), Jaguar XJ o Mercedes-Benz 420 SE (W126).
Para estar a la altura se montó un refinado bloque de 4 litros V8 con 32 válvulas, el motor más ambicioso que el Grupo Toyota había creado jamás. Aunque ofrecía 245 caballos, la potencia resultaba discreta frente a alguno de sus rivales, pues BMW ya montaba un V8 con 286 CV y contaban además con bloques V12 al igual que Jaguar o Mercedes. Así lo compararon con sus rivales en “Top Gear” -cuando había más rigor que espectáculo-.
Pero el objetivo de Lexus no era crear un coche especialmente prestacional o deportivo, sino la mejor berlina del mundo. Para ello se trabajó en el refinamiento del motor, construido en aleación ligera casi en su totalidad y con un sofisticado sistema de distribución. Asimismo, el motor estaba suspendido sobre un montante hidroneumático que le separaba del resto del coche con el objetivo de minimizar las vibraciones.
De hecho, en la publicidad de la época se mostraba una torre de copas de champán sobre el capó -pasados los 160.000 km- mientras el coche aceleraba sobre el banco de rodillos hasta los 233 km/h. En otro anuncio incluso se jactó de poder grabar a Manuel Berrueco tocando la guitarra -a menos de 100 km/h- sin ruidos parásitos para su emisión en radio en directo.
En este campo tenía también mucho que decir la suavidad y finura en su entrega de potencia, con una respuesta silenciosa y progresiva en cualquier rango de revoluciones. Estaba asociado a un cambio automático de cuatro marchas (tres más Overdrive) y dos programas de gestión a golpe de botón. Con el denominado Power se exprimía más el potencial del V8 y aportaba un plus de dinamismo.
Como contrapunto se recurrió a un elaborado bastidor bajo un monocasco con soldadura por láser que supuso una novedad mundial en el proceso de fabricación, las tolerancias eran tan finas que Toyota tardó casi 20 años en replicarlas en la marca principal. Su geometría era de triángulos superpuestos en ambos ejes, pero contaba con el sistema de suspensión neumática y diferencial trasero con control electrónico. Un compendio tecnológico que elevaba el nivel de confort a límites desconocidos por entonces.
Porque en el habitáculo de este Lexus LS se viajaba con total comodidad a nivel acústico o de filtración de las suspensiones, ya fuera en las plazas delanteras o traseras. Detrás se echaba de menos algo más de espacio longitudinal (factor que se tuvo en cuenta para la segunda generación) mientras que en los asientos delanteros el confort era supremo.
El salpicadero resultaba soberbio en cuanto a calidad o detalles, pero su diseño pecaba de una exagerada sobriedad que rompían sus aplicaciones en madera de nogal de verdad (la misma que utilizaba Yamaha para sus pianos) y la instrumentación retroiluminada.
Esta era uno de los múltiples detalles de equipamiento que convertían al Lexus en un vehículo especial. Prácticamente todo se regulaba de manera eléctrica, desde la cuña del volante de piel, los asientos de cuero con memoria, espejos calefactados, cinturones delanteros e incluso los reposacabezas. También contaba con control de crucero, equipo de sonido integrado con 7 altavoces y cargador de CD o lavafaros entre otros muchos elementos.
¿Y el precio? Cuando se puso a la venta en España en 1993 costaba algo más de 10 millones de las antiguas pesetas (62.000 euros de entonces y 114.000 euros de ahora con la inflación ajustada). Una tarifa poco accesible a la gran mayoría, tal como ocurría con sus principales rivales ante los que Lexus no se amedrentó a la hora de establecer su política de precios.
Sin embargo, aún guardaban un as en la manga: el inusual servicio postventa con garantía ampliada y primeros servicios de mantenimiento incluidos en el precio.
En definitiva, la historia de Lexus en estos 30 años es la crónica del éxito, de hacerse hueco prácticamente desde la nada a base de esfuerzo e inversiones. Hoy es el símbolo del lujo asiático y la tecnología limpia de la hibridación gracias a Toyota, y su gama ha crecido respondiendo a las exigencias del mercado. Quién sabe qué nos depararán los próximos treinta años, pero esperemos encontrarnos con más Lexus para entonces.
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Ángel Martínez
Soy uno de esos bichos raros a los que les apasiona hablar de coches y se pasaría horas comentando modelos o repasando la historia de la automoción. Pienso que la mayoría de ellos tienen su encanto, desde el deportivo con el que soñamos hasta el utilitario que te encuentras en cualquier esquina.COMENTARIOS