La novena entrega del Toyota Corolla, denominada internamente como E120, fue el primer verdadero bombazo de la marca en el segmento de los compactos en Europa, con un enorme salto generacional respecto a su predecesor y con las miras puestas en conquistar un mercado en el que el Golf era el espejo en el que mirarse.
De eso no cabía duda a la hora de analizar el diseño exterior. Lejos quedaban ya las extravagancias de faros redondeados, formas bulbosas o carrocerías diferenciadas en sus distintas versiones. Tanto sus proporciones como la sobriedad de su diseño le hicieron ganarse cierto peso en la categoría, dando cuenta las largas listas de espera del modelo en España al comienzo de su comercialización.
Su gama de motores satisfacía a un gran porcentaje de conductores en busca de un compacto, pues se ofreció inicialmente con dos versiones de gasolina 1.4 y 1.6 con 97 y 110 CV, respectivamente, así como un diésel de 2 litros desdoblado en variantes de 90 y 110 CV. Un interior sólido y una favorable relación precio-equipamiento redondearon un conjunto de lo más apetecible.
Pero faltaba una versión con un poco de chispa, así que recurrieron al Celica para tomar el apellido T Sport que ya se había estrenado en el coupé, así como el motor que marcaría su carácter. Se trataba de un bloque de cuatro cilindros con 1.795 centímetros cúbicos, que desarrollaba nada menos que 192 CV a 7.800 RPM.
Se ofreció por un precio de 23.320 euros en el momento de su lanzamiento al mercado en España (2002), equivalentes a 32.228,24 euros actuales
Detrás la denominación VVTL-i se escondía un sistema de distribución variable que hacía variar de forma continua la apertura y cierre de las válvulas tanto de admisión como de escape, proporcionando una respuesta plena en cualquier rango de revoluciones o en función de la presión que se ejerciese sobre el acelerador.
Sin embargo, lo más destacable residía en lo acortado de sus desarrollos, lo cual marcaba por encima de cualquier otro aspecto el comportamiento de su motor. En sexta tenía una relación de 30,78 km/h por cada 1.000 RPM, y de ahí que su velocidad máxima de 225 km/h no fuese espectacular.
Tampoco lo eran los 8,4 segundos que necesitaba para pasar de 0 a 100, lo mismo que un Golf de 150 CV, y algo peor que un Focus ST con 172 CV. Sin embargo, si apurábamos el motor en la zona alta renacía de nuevo dando lo mejor de sí por encima de las 7.000 vueltas, con tal sensación de empuje que parecía que hubiese un turbo esperándonos agazapado.
Por desgracia, ahí acababan sus sensaciones deportivas, ya que la puesta a punto del bastidor no le convertía en un vehículo que transmitiese el espíritu RACER esperable en una versión con apellido Sport, capada por la electrónica en forma de un control de estabilidad demasiado intrusivo. Su carrocería tampoco invitaba a creernos que nos encontrábamos ante todo un GTI. Solo las llantas de 16 pulgadas montadas sobre unos neumáticos de anchura contenida (195/55) y el logo frontal lo delataban.
Los T Sport británicos tenían un alerón más prominente, y también estaban disponibles como cinco puertas
En el interior tampoco hallábamos grandes alardes a la deportividad. De hecho, solo la grafía roja de la instrumentación Optitron estrenada en esa generación del Corolla le diferenciaba del resto de la gama. Eso significaba estar a los mandos de un coche bien hecho con la solidez en los acabados típica de la marca, aunque con un toque de color gracias a las inserciones plateadas imitando el aluminio.
Claro que, como casi todo japonés, el equipamiento era poco personalizable a excepción de la pintura metalizada. El climatizador o los asientos regulables en altura eran de serie junto a otros elementos extendidos en la categoría, con alguna carencia como la falta de ajuste en profundidad del volante, control de crucero o faros de xenón.
Con todo, el Corolla T Sport era un vehículo recomendable por su doble personalidad que permitía la practicidad y discreción de un compacto para el día a día con la posibilidad de disfrutar ocasionalmente gracias a las sensaciones proporcionadas por su extraordinario motor. Otro lobo con piel de cordero que añadir a nuestra lista.
Ángel Martínez
Soy uno de esos bichos raros a los que les apasiona hablar de coches y se pasaría horas comentando modelos o repasando la historia de la automoción. Pienso que la mayoría de ellos tienen su encanto, desde el deportivo con el que soñamos hasta el utilitario que te encuentras en cualquier esquina.COMENTARIOS