Cuando te plantas delante de un Ferrari 849 Testarossa sabes perfectamente que no tienes delante un coche normal y corriente. Sí que es de esos caprichos de nuevo rico que se compran para aparcar en la puerta del casino y hacerse fotos hasta que se comen una palmera y no de chocolate, pero es que además estás ante un motor fabricado con una mecánica obsesiva que funciona como un reloj suizo y que suena como un coro de ángeles practicando guturales, y que encima está hibridado cual Prius lleno de esteroides. Es pura artesanía italiana al servicio de la velocidad. Ya si encima hablamos del Spider, pues entonces ya ni te cuento, porque quitarle el techo a semejante animal es la mejor manera de escuchar el motor en un túnel.
Ya no es que sea rápido o que tenga más caballos que Bonanza, que también, sino que es un coche que condensa lo que Ferrari hace mejor: combinar la brutalidad con una finura enfermiza, hacerte sentir que estás manejando un coche que te puede dar un bocado en cualquier momento, pero que al mismo tiempo obedece a tus órdenes como si te leyera la mente. Y claro, cuando te pones al volante te das cuenta de que no es un coche para posturear, aunque muchos lo usen para eso, sino que es una máquina que exige respeto, que te pide manos y que convierte cualquier carretera en un espectáculo sonoro y mecánico.
El motor como un fin en sí mismo
Sin medias tintas. El V8 biturbo del 849 Testarossa está diseñado para ser un insulto a la mediocridad, con sus más de mil caballos gracias al apoyo de los motores eléctricos que no están ahí para hacer feliz a Greenpeace, sino porque a Ferrari se le ha ocurrido que lo de tener par instantáneo era buena idea. Así que lo arrancas, y mientras el cuadro te da la bienvenida con ese aire teatral, el sonido te atraviesa como un cañonazo. El rugido del V8 se mezcla con el zumbido eléctrico y tienes la sensación de estar en medio de un coro satánico que ha ensayado décadas para este momento.
La clave es que Ferrari no mete la hibridación como un pegote y en este cohete los eléctricos no están para salvar el planeta ni para que aparques en la zona verde sin multa, sino para darte tracción en el eje delantero, vectorizar par en curva y que cuando salgas de una rotonda lo hagas con la violencia de un dragster. Lo bueno es que no rompe con la esencia, porque el V8 sigue siendo el protagonista absoluto, con ese punto de salvajismo que ningún turbo eléctrico podrá igualar.

No hablamos solo de potencia bruta. La ingeniería detrás de este motor roza lo enfermizo: culatas rediseñadas, sistemas de refrigeración que destacarían menos en un cohete, escapes de Inconel que brillan cuando los ves en parado y que suenan como dinamita en movimiento. Cada pisotón en el acelerador es un viaje a una dimensión donde la lógica se va de vacaciones, y si lo comparas con cualquier otro superhíbrido, te das cuenta de que Ferrari no busca cifras de laboratorio, busca sensaciones que se te graben en la memoria.
Por eso lo que impresiona del 849 no son los números de catálogo, que son bestiales, sino la manera en la que los entrega. Pisa a fondo y la aguja sube como si no hubiera mañana, los eléctricos rellenan cualquier vacío y lo que te encuentras es un empuje continuo, violento y casi obsceno que te hace pensar que este coche debería venir con una renuncia de responsabilidad antes de entregártelo. Sin embargo, ahí está, esperando a cualquiera que tenga la pasta y el valor de domarlo.
Aerodinámica con bisturí
Un Ferrari no se entiende sin su aerodinámica, y aquí la cosa se pone seria de huevos. El 849 Testarossa parece una escultura en movimiento, pero cada línea y cada curva tienen un propósito. El frontal canaliza el aire con una precisión quirúrgica, el suelo plano crea un efecto suelo que te pega al asfalto y la trasera, con esa doble cola que homenajea al Testarossa clásico, no está ahí por capricho: es parte de un sistema pensado para mantener el coche estable incluso cuando lo lanzas a velocidades que rozan lo ilegal en cualquier sitio que no sea un circuito.
El alerón trasero activo es uno de esos detalles que muestran hasta dónde llega Ferrari con la obsesión. Cambia de ángulo en milésimas de segundo y pasa de reducir resistencia a darte una carga brutal, como si de repente alguien hubiese apretado al coche contra el suelo con una mano invisible, y no lo notas solo en línea recta, sino en cada curva, porque el coche parece leer el asfalto y adaptarse al instante, dejándote la sensación de que nunca se te va a escapar aunque lo provoques.

Lo más bestia de todo es cómo la aerodinámica se combina con la hibridación. Entra en curva, pisa a fondo a la salida y el torque vectoring de los motores eléctricos hace el resto: el morro se clava, el trasero se alinea y sales como un misil, sin dramas ni sustos, solo con una eficacia insultante que casi te hace olvidar que estás conduciendo una mole con más de mil caballos. Esa combinación entre lo físico y lo electrónico es lo que marca la diferencia.
Claro, no falta el componente emocional. Porque te puedes pasar el día hablando de coeficientes y de CFD, pero lo que te queda es la sensación de que estás llevando un coche que corta el aire como una navaja y que lo hace con un estilo que ningún otro fabricante sabe replicar. La aerodinámica aquí no solo sirve para que vayas más rápido: también sirve para que sientas que eres parte de algo más grande, de una tradición que mezcla diseño y función hasta que no sabes dónde empieza una cosa y termina la otra.
La electrónica como cómplice
Uno de los grandes miedos de los frikis del motor con los supercoches modernos es que la electrónica te quite la gracia y te convierta en pasajero de tu propio coche, pero el 849 Testarossa no juega a eso. Aquí la electrónica está para hacerte mejor piloto, no para domarte. El sistema de control dinámico de Ferrari es tan avanzado que anticipa lo que vas a hacer antes de que lo pienses, ajusta la frenada, reparte par y te deja entrar en curva con la seguridad de un profesional aunque seas un simple mortal con carnet de conducir.
Lo curioso es que todo eso no lo notas como un muro que te limita, sino como un colega que te cubre las espaldas. Entras pasado en una curva y el coche no te juzga, simplemente te ayuda a salir de ahí con dignidad, y si eres de los que tienen manos de verdad, puedes ir desactivando cosas y el coche sigue siendo igual de comunicativo, sin esconderte nada, enseñándote dónde está el límite y dejándote jugar con él.
La dirección tiene esa mezcla de precisión quirúrgica y feedback mecánico que te hace sentir cada milímetro del asfalto pero sin volverse nerviosa. Es directa cuando lo necesitas y suave cuando vas de tranquis, lo que convierte al coche en un compañero válido tanto para un trackday como para un paseo nocturno con la carretera vacía.
Por si todo eso fuera poco, la suspensión adaptativa está afinada de una manera que parece brujería en forma de ciencia. Se traga los baches sin que se te caigan los empastes ni dejarte los bajos, pero en cuanto empiezas a exigirle, se pone dura y planta el coche en el suelo como si estuvieras en un coche de carreras. Es esa dualidad lo que hace que el 849 no sea un simple capricho millonario, sino una máquina con la que podrías convivir si tienes valor, gasolina suficiente y un psicólogo que te ayude a no abusar de él.
El Spider: lo mismo, pero a cielo abierto
Luego está el Spider, que es básicamente la misma locura, pero con el añadido de que puedes bajarte el techo y dejar que el sonido del motor te destroce los tímpanos con estilo. Quitarle el techo a un coche así es llevar ya la experiencia al siguiente nivel. No hay mejor terapia que circular con el aire golpeándote la cara y el rugido del V8 rebotando en cada túnel.
El techo retráctil se abre y cierra en segundos, y lo hace con una elegancia que parece coreografía. Nada de compromisos aerodinámicos ni de chasis blandos: Ferrari ha reforzado todo para que el Spider se comporte igual que el coupé, y lo cierto es que apenas notas diferencia en el paso por curva o en la respuesta del coche. Es como si hubieran querido demostrar que no hay excusa para no elegir la versión descapotable.
La posición de conducción en el Spider es casi la misma, pero la experiencia cambia radicalmente por el simple hecho de no tener techo. Cada acelerón se convierte en un espectáculo, cada cambio de marcha es un disparo sonoro y cada recta parece más corta porque estás demasiado ocupado disfrutando de la sinfonía mecánica. Es un coche que te roba los sentidos y que hace que quieras buscar cualquier excusa para salir a conducirlo.
En definitiva, el Spider no es un capricho dentro de un capricho. Es Ferrari diciéndote que la brutalidad no entiende de techos, que la ingeniería puede con todo y que si quieres sentir la experiencia completa, lo suyo es dejar que el cielo sea tu techo y el motor tu única compañía.
Veredicto final
El Ferrari 849 Testarossa y su versión Spider no son coches fáciles de digerir, ni tampoco pretenden serlo. Son máquinas creadas para una élite que exigen respeto, dinero y valor, pero que a cambio te ofrecen una de las experiencias más puras que se pueden vivir sobre cuatro ruedas.
No es un coche lógico ni práctico, ¿pero cuándo loha sido Ferrari?
El 849 es un coche que hará historia, no por ser el más rápido ni el más verde, sino por recordar a todo el mundo que la pasión por conducir sigue existiendo, que los coches todavía pueden emocionar y que la combinación de ruido, velocidad y diseño italiano sigue siendo imbatible.
Al final, un 849 Testarossa no es un coche para cualquiera, sino para los que entienden la vida.
Jose Manuel Miana
Ando loco con los coches desde que era pequeño, y desde entonces acumulo datos en la cabeza. ¿Sabías que el naufragio del Andrea Doria guarda dentro el único prototipo del Chrysler Norseman? Ese tipo de cosas me pasan por la cabeza. Aparte de eso, lo típico: Estudié mecánica y trabajé unos años en talleres especializados en deportivos prémium.COMENTARIOS