Bugatti ha anunciado a bombo y platillo que el Mistral será su último coche con motor W16. No uno más. El último. Finito. Kaputt. Será el cierre de una era que empezó con el Veyron y se corona con este misil sin techo. Ya puedes ir guardando pañuelos, porque lo que viene a continuación no lo vas a volver a ver jamás. Al menos no con gasolina y cuatro turbos escupiendo fuego.
Es un coche que no se entiende fuera de su contexto. No es un roadster cualquiera ni un descapotable hecho para posturear en la Costa Azul. Es, literalmente, una barqueta de 1.600 CV que te quiere arrancar la cara con el viento mientras te despeina hasta las pestañas, y no es una forma de hablar. El Mistral tiene la velocidad máxima de un hiperdeportivo cerrado, pero lo hace sin techo, sin piedad y sin ninguna intención de parecer práctico.
La base es la del Chiron Super Sport, con el W16 de 8 litros y cuatro turbos que soplan como un secador industrial. Pero el chasis se ha modificado, el diseño se ha rehecho por completo y los ingenieros se han tomado la molestia de recalibrar todo para que no se parta en dos cuando vas a más de 400 por hora sin un techo que refuerce la estructura. Una locura con matrícula.
No es una despedida discreta, ni tampoco un canto melancólico al pasado. Es una barbaridad moderna con vocación de clásico inmediato. De esos que se venden en subastas dentro de 20 años por el triple, mientras los eléctricos hacen cola para cargar en la sombra.

La mecánica como grito de guerra
El corazón del Mistral es, cómo no, el W16 de 8.0 litros que ya conocemos del Chiron Super Sport 300+. Es un motor que no se puede explicar con adjetivos suaves. Son cuatro turbos que trabajan en dos etapas, 1.600 CV que aparecen sin apenas latencia, y una curva de par que parece una mesa de mármol. En la práctica, significa que puedes pisar a fondo en cualquier marcha y lo único que cambia es cuánto tardas en dejar atrás la civilización.
Este motor nació en la era del exceso, cuando Ferdinand Piëch decidió que Volkswagen iba a gastar más dinero del que tenía sentido para humillar al mundo. Lo hizo con el Veyron, y lo ha refinado con cada iteración hasta llegar a esta salvajada final. El Mistral es la última vez que escucharemos ese bramido tan característico sin un filtro de partículas ni un limitador eléctrico que nos diga que se acabó la diversión.
El sonido que produce es mucho más nítido que en el Chiron cerrado. Por pura física, al no tener techo, los escapes están más presentes, y el aire entra en las tomas del motor por detrás de tu cabeza como si fuera un dragón resoplando. Es un sonido mecánico, no musical. Nada de notas afinadas ni pretensiones operísticas. Esto suena a metal, a combustión, a viento mediterráneo.
Bugatti asegura que el coche puede pasar de 0 a 100 km/h en 2,4 segundos y superar los 420 km/h. Pero lo impresionante no son los números, sino la manera en que los consigue dando una sensación de estabilidad absurda para un coche sin techo, una dirección que no te castiga y una entrega de potencia más fina que el pulso de un cirujano. No hay drama. Solo empuje y viento.

Diseño funcional y salvaje
El Mistral no es simplemente un Chiron sin techo, y Bugatti lo deja claro desde el primer vistazo. El parabrisas es más envolvente, más inclinado, y fluye hacia los laterales como si estuviera fundido con la carrocería. Las tomas de aire para el motor están justo detrás de los reposacabezas, como si te apuntaran dos cañones de admisión a la nuca. Además, los faros delanteros tienen una firma luminosa nueva, exclusiva del modelo.
Los ingenieros han trabajado a conciencia en la aerodinámica. A estas velocidades, ir descapotado no es solo una cuestión de estética. Han tenido que diseñar canales de aire específicos, refuerzos estructurales y hasta un nuevo deflector trasero para evitar que el coche despegue cuando alcanzas velocidades absurdas. No es postureo: es supervivencia.
El interior mezcla lujo extremo con funcionalidad pura. Los mandos están mecanizados en aluminio, la palanca del cambio tiene un ámbar incrustado con la figura del elefante danzante de Rembrandt Bugatti (sí, el hermano del fundador), y los asientos son de cuero natural cosido a mano. Todo es bonito, caro y útil. No hay pantallas gigantes ni chorradas táctiles. Esto es un cockpit, no una tablet con ruedas.
Solo se van a fabricar 99 unidades, están todas ya vendidas, y cada una de ellas costará al menos cinco millones de euros antes de impuestos. Eso si no decides personalizarla con pintura a medida, interiores locos o algún capricho digno de sultán. En resumen, un coche de ricos muy ricos, pero que no ha sido concebido como adorno, sino como bomba nuclear decorada.

El canto del cisne a 7.000 rpm
Que Bugatti haya decidido cerrar la era del W16 con un descapotable no es casualidad. Es un recordatorio de lo que es este tipo de coche. Podrían haber hecho otro coche cerrado, más aerodinámico, más cómodo, más rápido incluso. Pero no. Han optado por el formato más emocional, el más visceral, el que menos sentido tiene si lo miras con ojos racionales. Precisamente por eso es perfecto.
Ahora que caminamos hacia la electrificación, la conducción autónoma y los coches que te avisan si bostezas de más, el Mistral es un enorme dedo levantado desde Molsheim. No es práctico, no es eficiente y no quiere ser popular, que no es un Seat Ibiza. Este es un capricho mecánico llevado al extremo. Un coche que no se construye por necesidad, sino por el simple placer de hacer lo imposible… porque se puede hacer.
También es un recordatorio de lo que Bugatti ha sido durante las dos últimas décadas. No solo una marca de lujo, sino un laboratorio de ingeniería sin techo presupuestario, una especie de Fórmula 1 con matrícula. Han redefinido lo que puede hacer un coche de calle, han devuelto el concepto de “hiperdeportivo” a su lugar, y ahora lo despiden con una sonrisa torcida y un escape que escupe sinfonías.
Los que tengan la suerte de conducir uno de estos no solo estarán al volante de una pieza histórica. Estarán tocando con las manos el fin de una era, el último rugido de un dinosaurio mecánico que sabía cantar ópera. Porque sí, el Mistral no solo corre. También gira, frena, transmite. No es solo un motor con ruedas. Es una experiencia. Una que no se repetirá.
Jose Manuel Miana
Ando loco con los coches desde que era pequeño, y desde entonces acumulo datos en la cabeza. ¿Sabías que el naufragio del Andrea Doria guarda dentro el único prototipo del Chrysler Norseman? Ese tipo de cosas me pasan por la cabeza. Aparte de eso, lo típico: Estudié mecánica y trabajé unos años en talleres especializados en deportivos prémium.COMENTARIOS