Hay ideas que surgen en una reunión de ingenieros después de la quinta cerveza, dos cubatas y un “¿A que no hay huevos?” flotando en el aire. El Nissan Micra 350SR es una de esas ideas, y bendito sea el momento en que alguien, probablemente con un exceso de ideas y sin miedo al despido, propuso meter un motor V6 de 3.5 litros en el utilitario más simpático de la marca. Porque sí, este cacharrito con forma de zapatilla tuvo en su día 310 caballos, propulsión trasera y una jaula antivuelco. El resultado fue un coche que nadie pidió, pero que todo loco del motor de bien debería querer probar antes de morir.
Imagina el Micra de principios de los 2000, ese con faros redondos y cara de bueno, convertido en un monstruo musculado al estilo Clio V6, con las caderas ensanchadas, las ruedas como aspas de molino y un rugido que parecía sacado de un 350Z en pleno lunes. Porque, de hecho, parte del alma venía de ahí. El motor no era de juguete: se lo habían birlado a un Nissan Murano, le pusieron culatas del 350Z, una ECU reprogramada por Nismo y un escape que te podría poner en contra a todos tus vecinos. No solo sonaba como un coche serio, es que era uno.
Un juguete de carreras con matrícula (más o menos)
Detrás del proyecto estaban Nissan, Nismo y RML, la misma gente que ha correteado por Le Mans y el WTCC. No hacían el tonto. El Micra 350SR tenía frenos Brembo, suspensión regulable con componentes Powerflex, depósito de aluminio, y hasta un interior adaptado con jaula, baquets y si quieres plazas traseras, las pintas. Básicamente, cogieron el Micra y lo convirtieron en un coche de carreras con carrocería de coche de la compra. Como si a un peluche le pones colmillos y lo sueltas en un ring de MMA… relleno de nitroglicerina.
Con 310 caballos en un chasis de apenas 1.250 kilos, este Micra volaba: hacía el 0 a 100 km/h en menos de cinco segundos y podía superar los 240 km/h, cifras que dejan a muchos compactos deportivos de hoy en día a la altura de un tacataca. Eso sí, no esperes verlo en la calle ni en ningún concesionario, porque solo se hizo una unidad funcional, y costó, atención, más de 250.000 libras de la época. Para ponerlo en contexto, podrías haberte comprado dos Porsche 911 Carrera y aún te sobraba para gasolina. Bueno, para un depósito y medio en 2025.

Una fantasía que nunca llegó al concesionario
El Micra 350SR nunca se planteó como un coche de producción, ni siquiera como una edición especial. Era un prototipo, un experimento, un “¿y sí?”, llevado hasta las últimas consecuencias. Pero a diferencia de otros prototipos de salón, que acaban convertidos en renders feos o en coches que ni arrancan, este Micra corría de verdad y daba miedo. La prensa especializada de la época, incluida la revista EVO, no podía creerse que aquel cochecito con cara de dibujo animado tuviera alma de GT de circuito.
Lo más triste, quizá, es que ese espíritu juguetón y desenfadado parece casi extinto en una industria que ahora vive obsesionada con la eficiencia, las emisiones y los modos de conducción eco. Ahora que los coches se configuran más con hojas de cálculo que con pasiones, el Micra 350SR es como una carcajada en mitad de una misa: incorrecto pero satisfactorio. No tenía sentido, no lo necesitaba. Era puro capricho mecánico, una gamberrada con ruedas que sirve para recordarnos que, de vez en cuando, lo mejor que puede hacer una marca es perder la cabeza y hacer algo solo porque puede.
La resurrección más absurda (y maravillosa)
Lo mejor de todo es que no se quedó en un sueño polvoriento abandonado en algún garaje oscuro. En 2025, con motivo del lanzamiento del nuevo Micra eléctrico y aprovechando el 23º aniversario del modelo original (sí, 2 y 3 en japonés suenan como “ni-san”, así que para ellos es especial), Nissan GB decidió restaurar esta locura con ruedas. Lo sacaron de su descanso, lo repintaron con una librea plateada y azul inspirada en el 300ZX, le pusieron faros LED modernos, un nuevo sistema multimedia con pantalla de 9 pulgadas y conectividad moderna, aunque todos sabemos que nadie en su sano juicio va a poner música cuando lleva un V6 chillando detrás del asiento.
El coche sigue montando las espectaculares llantas RAYS del 350Z, que le quedan como unos guantes de boxeo a un enano. La estética es tan agresiva como absurda: ancho, bajito, desproporcionado, y con la misma actitud que un bulldog en un skatepark. Todo en él dice “no puede ser real”, y sin embargo, qué maravilla que lo sea. Es como si los de Nissan hubieran decidido hacer un coche solo para reírse, y al final les salió algo que funciona tan bien que da rabia que no lo hayan vendido en tirada limitada. Ojalá más noticias como esta.
Jose Manuel Miana
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