El Renault Mégane 1.9 dT RN, era la versión con la que se estrenaba, en 1996, el nuevo motor turbodiésel con inyección electrónica. Anteriormente, los diésel de Renault montaban inyección mecánica lo que impedía, por ejemplo, la inclusión de una EGR, que sí tenía el 1.9 dT. La presencia de la inyección electrónica fue, básicamente, para poder cumplir con la normativa, pues potencia o consumos se mantenían igual que con la inyección mecánica.
La puesta en escena de la primera generación del Renault Mégane, trajo consigo la creación de una inédita oferta de carrocerías que iban desde el tradicional compacto, pasando por un coupé, un descapotable, una carrocería familiar y hasta un monovolumen –llamado Mégane Scénic– y, quizá, la que menos sentido tenía, el Mégane Classic, que era la denominación que recibía la carrocería de tres volúmenes, el sedán. Y no tenía mucho sentido, porque por longitud, se acercaba mucho al segmento donde militaba el Renault Laguna y podría crear una competencia interna innecesaria.
Finalmente no fue así, el Mégane fue un éxito, es cierto, pero el sedán no fue el más popular y el Laguna, en su segmento, fue otro éxito de crítica y de ventas, que no sufrió por la presencia del Mégane Classic, ni siquiera cuando se montó el motor 1.9 dT con inyección electrónica, y no porque este último, el Renault Mégane Classic 1.9 dT RN, no fuera interesante. De hecho, lo era y mucho, sobre todo porque no había demasiados rivales por su precio y con sus prestaciones.
Aunque era 270 milímetros más largo que un Mégane cinco puertas, el habitáculo era exactamente igual, solo mejoraba la capacidad del maletero, que se iba hasta los 530 litros
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A cambio de 2.880.000 pesetas –17.309 euros de 1997, sin inflación–, se tenía un coche que medía 4,40 metros de largo y que presumía de un maletero con una capacidad superior a los 500 litros y un motor que, según datos oficiales, gastaba entre cinco y ocho litros cada 100 kilómetros. Un propulsor que era exactamente igual al anterior con inyección mecánica en todo, menos en la alimentación, es decir, tenía 1.870 centímetros cúbicos, culata de ocho válvulas, turbo e intercooler, con 95 CV a 4.250 revoluciones y 179 Nm a 2.000 revoluciones.
Cifras, como se puede apreciar, que estaban en la media de la época, al igual que los consumos o las prestaciones. Según la revista Coche actual, en el número 442, el consumo medio cada 100 kilómetros era de 6,7 litros, podía alcanzar los 180 km/h, completar los 1.000 metros con salida parada en 33,4 segundos y el 80 a 120 km/h en quinta en 14,7 segundos. Perfecto para cualquier padre de familia a finales de los 90, siempre que no tuviera mayores ambiciones o no buscara un coche que fuera muy prestacional, solo había que destacar, negativamente, que no tenía aire acondicionado de serie, ni tampoco el ABS, así como unos frenos algo flojos y una estabilidad con el coche cargado que requería atención en situaciones determinadas.
Según la mencionada revista, los neumáticos, con medida 175/65 en llanta de 14 pulgadas se quedaban algo justos. Eso y los tambores traseros, contribuían a una frenada desde 140 km/h a 0, que requería de 92 metros, una de las peores cifras de su categoría.
Javi Martín
Si me preguntas de donde viene mi afición por el motor, no sabría responder. Siempre ha estado ahí, aunque soy el único de la familia al que le gusta este mundillo. Mi padre trabajó como delineante en una empresa metalúrgica con mucha producción de piezas de automóviles, pero nunca hubo una pasión como la que puedo tener yo. También he escrito un libro para la editorial Larousse sobre la historia del SEAT 600 titulado "El 600. Un sueño sobre cuatro ruedas".COMENTARIOS