Caminas sin prisa en horas neurálgicas y te encuentras con un Cadillac Deville. Aquí ya hay motivos suficientes para interrumpir el paso y empezar a rodear, a rodear con paciencia, sin apuros, pues un Cadillac coupé demanda recorrido. Magnética longitud. En este caso, poco más de 5,7 metros. Por supuesto, si está el propietario y puedes comenzar una conversación, mucho mejor. Entonces comienzan las preguntas. ¿Qué modelo es? Del año ’69, un Coupé 472 de la tercera generación. ¿Motor? El que le da el nombre al coche, el V8 de 472 pulgadas cúbicas. ¿Potencia? 375 caballos. ¿Tracción? Trasera.
Hasta que comienzas a notar componentes que no deberían ir en un Deville de especificaciones puramente originales, componentes que no se corresponden con su época. El acabado exterior en Cordovan Dark Brown y su techo de vinilo rígido a juego pintado del mismo tono se ven relucientes, como recién pulidos. Todo en orden hasta ahí en lo que no, no es un Eldorado aunque lo parezca, sino el Deville de la era en la que se rediseñó sobre el Eldorado, agregando a las aletas traseras que ahora iban rebajadas al nivel de la línea del maletero, un perfil más maduro y menos alocado que los Deville de segunda generación.
Notas un morro crecido y no es una sensación, es absoluta realidad. Con ese rediseño, el frontal se estiró seis centímetros y medio. El par de faros redondos por lado dispuestos horizontalmente es otra de las pistas de las que te sirves para detectar que lo que tienes en frente es un modelo ’69, pues hasta ese año la tercera generación los montaba uno encima del otro. Decía, empiezas a notar que este Cadillac no es lo que parece, a menos que tengas el ojo clínico como para descubrir su condición restomod a la primera de cambio. Con decidida elocuencia, sus agregados aparecen cuando el dueño abre sus puertas y te invita al habitáculo.
Un Caddy con su ropa clásica original, pero con algunas funciones de nuestros días. No, en 1969 no había Bluetooth. No, tampoco existían los puertos USB. Este Deville sí los tiene, ya que forman parte de su estéreo Custom Autosound USA 740. Los altavoces también se mejoraron. Pero no haces tiempo de acomodarte en la plaza del acompañante, de accionamiento eléctrico, al igual que el asiento del conductor, que el anfitrión ejecuta dos funciones y acto seguido te invita afuera. Ven, sígueme.
Devuelves una leve sonrisa a uno de esos dos movimientos, que no pudo haber sido otra cosa que la apertura remota del maletero, otro atributo nuevo. Todavía no ha caído la noche, pero va en camino y ya es hora de iluminar la cabina. Entonces, en este Deville Coupé al borde de los 90.000 kilómetros, se hace la luz, luces LED para su interior. Lo lógico sería entenderlo como el paso a la retirada, la señal de despedida, pero estos dos extraños se miran, cierran sus puertas y el V8 comienza a sonar. No era una despedida, sino el inicio de la noche. Asoma una noche larga, sobre todo a bordo de este Cadillac, un perfecto Cadillac para andar en la ciudad.
Mauro Blanco
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