Hasta bien entrados los años sesenta no pocos compradores pensaban en los roadster como la quinta esencia de la deportividad. Típicamente británicos, sus pequeñas y ligeras carrocerías escondían motores de cuatro cilindros generalmente con capacidad para subir alegremente de vueltas. De esta manera, montado en un MG las sensaciones al volante se amplificaban, notando un estrecho contacto con la carretera gracias al habitáculo abierto, el bajo centro de gravedad y la excelente relación peso / potencia. Además, gracias al carácter británico sus salpicaderos solían ofrecer un cierto toque de elegancia y buen acabado. Justo las coordenadas en las que se mueve el MG RV8 de 1992.
No obstante, aquí hay algo que choca en el primer vistazo. Y sí, es el año. Al fin y al cabo, en 1992 habían caído tres décadas desde la época dorada en la que estos roadster se vendían desprendidamente en el mercado americano. Aupados por el hecho paradójico de ser, justamente, lo contrario a lo que solían ofrecer las marcas de Detroit con sus grandes y tranquilos modelos descubiertos. Entonces, ¿cómo es posible que saliera en plenos años noventa un coche como éste? Bueno, la pista más segura nos llega desde Japón. No en vano, en 1989 Mazda había dado un audaz golpe en la mesa con la presentación del MX-5.
Un coche pequeño, ligero, biplaza, con bajo centro de gravedad, usable pero distinguible, eficaz pero juguetón… ¿No nos suena? Efectivamente, ni más ni menos que una puesta al día de todas las características presentadas por los roadster británicos de los sesenta. Puestas al día claro está. Así las cosas, MG – parte de British Leyland desde 1968 – tenía mucho que decir. Al fin y al cabo, ellos fueron parte definitoria de este tipo de vehículos en su época dorada. Por ello, y echando mano de la ayuda en motorización de Rover, los directivos de la marca decidieron que sería bueno hacer una especie de MX-5 a la británica ya que los nipones habían hecho una especie de MG a la japonesa. El resultado fue el MG RV8, un coche más imprevisto de lo que pudiéramos pensar aun sabiendo todo lo anterior.
Aunque MG llevaba años sin fabricar los pequeños roadster que tanta fama le otorgaran durante los años sesenta, tras el éxito del MX-5 volvieron a la producción con el RV8 al ver cómo seguía habiendo recorrido para el concreto nicho de mercado ocupado por estos vehículos deportivos a cielo abierto
MG RV8, ocho cilindros para un coche pequeño
Gracias al éxito inmediato del MX-5 se vio claramente cómo el pequeño nicho de mercado reservado a los roadster aún tenía desarrollo a pesar de estar en la época donde buena parte de la deportividad se encauzaba a través de berlinas basadas en el Safrane, el Omega o el Thema. Por ello, y a pesar de que los roadster MGB se habían dejado de comercializar en 1980, la empresa británica decidió ponerse manos a la obra con la puesta al día del que había sido uno de sus conceptos más exitosos.
Y sí, lo de puesta al día lo decimos literalmente. Porque en ningún momento se plantearon crear un modelo completamente nuevo partiendo desde cero aún respetando el espíritu original. Lejos de ello, en sus análisis de mercado pudieron comprobar cómo los compradores potenciales del MG RV8 no serían conductores en la media, sino personas previamente interesadas por las cualidades de un modelo clásico como era el MGB. Partiendo de esta intuición, nunca se dio a los ingenieros la orden de crear nada nuevo sino simplemente de adaptarlo a los tiempos.
Prueba de ello son las suspensiones, las cuales se mejoraron aunque seguía con la ballesta trasera típica de los antiguos roadster en MG. Siguiendo con el eje trasero, aquí siquiera se montaron unos nuevos frenos de disco sino que se siguió con unos de tambor. Algo que también pasa hoy en día en pleno siglo XXI, cierto, pero no en deportivos de cierta gama privilegiada con un motor V8 bajo el capó. Y es que, en lo relativo a la mecánica, se echó mano de Rover para equipar al MG RV8 con un ingenio V8 con cuatro litros de cilindrada y 190 CV a 4.750 rpm.
Normalmente, los MG deportivos de los sesenta contaban con motores de cuatro cilindros. Sin embargo, para esta ocasión se implantó un V8 procedente de Rover gracias al cual algunos periodistas asemejaron el rendimiento del modelo al de los soberbios e intratables TVR
Si a eso le sumábamos los señoriales acabados del interior, el MG RV8 entraba en una situación algo inesperada. Y es que, aunque apareció como una contestación al MX-5, el MG se iba a un rango de prestaciones y precio mayor al cual ocupaba el japonés. De hecho, consultando pruebas de la época algún que otro periodista lo relaciona con los escasos y extravagantes TVR. Obviamente muy por encima de los populares Mazda, tanto en precio como en el dirigirse a un tipo de conductor experimentado pues, no nos equivoquemos, cualquiera que desee hacer locuras con un TVR entre las manos puede acabar fácilmente estrellado si no cuenta con las habilidades y experiencias necesarias. Así las cosas, obviamente el MG RV8 no se vendió ni de lejos tanto como el MX-5. Pero curiosamente el país donde más lo hizo fue Japón. Ironías del destino o, simplemente, que allá los biplazas deportivos a techo abierto vivieron un feliz auge durante los noventa
Miguel Sánchez
Todo vehículo tiene al menos dos vidas. Así, normalmente pensamos en aquella donde disfrutamos de sus cualidades. Aquella en la que nos hace felices o nos sirve fielmente para un simple propósito práctico. Sin embargo, antes ha habido toda una fase de diseño en la que la ingeniería y la planificación financiera se han conjugado para hacerlo posible. Como redactor, es ésta la fase que analizo. Porque sólo podemos disfrutar completamente de algo comprendiendo de dónde proviene.COMENTARIOS