Si Romain Grosjean volvió a nacer luego del accidente que paralizara al mundo en la largada del Gran Premio de Baréin 2020, en parte fue para verlo correr en la Indy Car tras toda una trayectoria en la Fórmula 1. En parte también fue para verlo sonreír, casi un año después, a bordo de un coche histórico. El francés ya había estampado la firma con el equipo de Andretti Autosport cuando fue convocado al Indianapolis Motor Speedway para probar el Ferrari 250 LM más especial de todos.
El Ferrari 250 LM no necesita presentación, pero cada tanto vale recordar que por seis décadas fue el último vehículo ganador de las 24 Horas de Le Mans para los de Maranello. Escrita la historia por el equipo norteamericano, conservado el ejemplar en la capital del automovilismo norteamericano. El célebre número 21, aquel que había cruzado la bandera a cuadros bajo la calorosa jornada del 20 de junio de 1965, estaba ahora girando en circuito cubierto por nubes, sobre un pavimento de momento seco.
Apuesto a que su cabeza experimentó el vértigo de los años en que las modernas chicanas todavía no estaban allí para reducir la velocidad
El canal oficial del Museo del Indianapolis Motor Speedway nos ofrece un documento audiovisual tan imprescindible para el apellido Grosjean como para el historial del número 21. A menudo es saludable seguirle el rastro a los deportivos que han hecho historia y de la grande, y es entonces cuando, al momento de la investigación, el contenido de este vídeo aparece para dejarlo sentado en la cronología de este Ferrari.
“¿Quieres manejarlo?”. La pregunta, por más retórica que suene, recibe respuesta de parte del piloto francés. Una respuesta casi de protocolo ante la obviedad, respuesta necesaria para la edición y como parte del guion. “Hagámoslo, el almuerzo puede esperar”, contesta el ex Haas, que acto seguido se sube a la plaza de conductor –volante a la derecha– mientras piensa en tiempos pasados, mientras piensa en los tiempos del número 21 en la Sarthe: “Imagina bajar por la recta Mulsanne”. Apuesto a que su cabeza experimentó el vértigo de los años en que las modernas chicanas todavía no estaban allí para reducir la velocidad.
Romain Grosjean en el Ferrari 250 LM más valioso
Un rápido reconocimiento en la cabina, poniéndose al tanto de los indicadores y comprobando la rigidez del techo –”hay un poco de barra antivuelco aquí”, dice mientras lo golpea–, para luego salir a la pista, donde la orden es sencilla: “gira la llave a 360 grados y aprieta el pedal (para encender el motor)”. Bienvenido el sonido del histórico V12. Gracias a la cámara on board de quien acompaña en el asiento de copiloto, se observa cómo el coche vibra durante la vuelta, una pequeña dosis de lo que se vivía a altas velocidades en la década de 1960. A Grosjean, que ya había insinuado esa vibración, no le sorprende.
Grosjean es respetuoso del tipo de coche que era este Ferrari. Primero lo demostró en la prueba, luego confesando que no correría en él a 200 millas por hora en recta y haciendo énfasis en “la forma en que se comporta”. He aquí, entonces, el recuerdo de aquel encuentro entre Romain y el Ferrari 250 LM más valioso del mundo, con algunas fotos en blanco y negro que aparecen como flashes de una de las eras más apasionantes del deporte de motor.
Mauro Blanco
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