Cuando avanza un Corvette, sea cual fuere la generación, se detiene el tiempo. Cuando el que avanza es un Corvette C2, su andar se convierte en un evento en sí mismo. De los segunda generación, acostumbro avistar los convertibles –¡pocos coches lucen las capotas de lona como el ícono de Chevrolet de los sesenta!–, por lo que a los cupés los disfruto como una excepción impostergable. Especial contemplación, más allá del dato duro que indica que, de toda la producción del C2, la del modelo ’63 fue la única con paridad entre cupés y convertibles, estos últimos mayoría los años posteriores.
Cuando el que se nos presenta es un Chevrolet Corvette Coupé como el que aquí me convoca, pues, lo que vemos es toda una institución. A menudo recorro la basta cartera de vehículos en venta de Classic Trader, que en la actualidad ofrece una diversidad de clásicos del deportivo norteamericano y una leve mayoría de los de segunda generación. Este Stingray es un modelo 1963, uno de los primeros C2, y su acabado exterior dorado es toda una invitación. Ahora bien, si quieres oro debes pagar por ello y, de los Corvette clásicos que anuncia la empresa con sede en Zúrich, este “Split Window” es el más costoso por amplia diferencia.
A las claras está que el coche apunta a un coleccionista que entienda que vale la pena pagar más de 200.000 dólares –USD 201.447, para ser exacto– por un Corvette de hace más de 60 años, que hay en él características especiales. Para empezar, su año modelo y su mencionado nombre revelan su principal distinción de fábrica. De los Corvette de segunda generación, solamente los 10.594 cupés del primer año de producción –exceptuando las unidades Grand Sport– fueron “Split Window” y lucieron sus lunetas divididas en dos. A partir del modelo ’64, la luneta mutó a una única sección para reducir costes, pero sobre todo para facilitar la visibilidad del conductor. Por entonces, se entendió la funcionalidad. Por lo demás, redujeron costes, pero resignaros belleza e impronta.
Si de originalidad hablamos, un segundo valor se esconde debajo del capó. Entre paréntesis, éste constituye, de hecho, una escultura propia de aquellos Stingray de los sesenta. Conectado a una caja automática de dos velocidades, el motor V8 es el Small-Block 327 de fábrica –5,4 litros– con potencia de 304 caballos, el segundo nivel de potencia que ofreció en su tiempo el C2, ya que superaba al básico de 253 CV. Por su parte, una transmisión a ejecutar mediante una palanca de acero inspirada en la aviación. El coche, verán, es una especie de oda a la aeronáutica, con insignias, molduras y salidas de aire laterales que la evocan.
A propósito del habitáculo, un hegemónico marrón va a tono con la pintura Gold, pero además revela unas condiciones impecables que hacen del coche un potencial exhibicionista para su próximo dueño. Se debe al cuidado que se le ha dado, pero en específico a una restauración profesional, según informa Classic Driver, que además detalla un acumulado de 119.092 kilómetros. Sobre el minucioso mantenimiento, este Stingray se entraga con documentación de la Sociedad Nacional de Restauradores de Corvette, en la que figura la fecha exacta de la venta de fábrica a su primer propietario en Indiana: el 19 de marzo de 1963. Sin pretenderlo, casi un artículo aniversario.
Mauro Blanco
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