Más rápido que el pensamiento: los 24 récords mundiales del Rimac Nevera

Más rápido que el pensamiento: los 24 récords mundiales del Rimac Nevera

¿Qué clase de coche hace esto?


Tiempo de lectura: 7 min.

El Rimac Nevera no es un coche, es un experimento. Un “sujétame el cubata” con matrícula. No es bonito, no es emocional, no ruje como un V12 (ni siquiera como un 4 en línea) y encima se llama como un electrodoméstico; pero si lo que buscas es la manifestación más pura de la aceleración, este croata te arrancará la piel a tiras con la misma delicadeza que un secador industrial apuntando a la cara. Son 1914 CV que no tienen que esperar a que subas de vueltas, ni a que entre el turbo, ni a que baje la marcha: están ahí, listos, a un pedal de distancia. No hay nada más rápido con matrícula, sin ella, quién sabe, puede que un cohete espacial.

Si un eléctrico va a quitarle la gracia a los coches, al menos que lo haga así: sin concesiones ni palabras vacías como “movilidad sostenible” o “transición energética”. Lo del Rimac es otra cosa. Es un estudio en lo absurdo. Es tan innecesario que resulta glorioso, y lo más cachondo es que todo esto lo ha conseguido una empresa que hace quince años no existía. Rimac nació en un garaje, como Google pero con menos nerds y más chispa, y ahora tiene detrás a Porsche y Bugatti. Claro, con ese respaldo puedes permitirte cosas como diseñar una batería de 120 kWh refrigerada por aceite, montar cuatro motores con vectorización de par individual y hacerte una lista de récords como si estuvieras rellenando la carta a los Reyes Magos.

No son récords “eléctricos”. No. Son récords comparables con cualquier cosa que ruede. Es decir, puedes venir con tu McLaren P1, tu Bugatti Chiron, tu Koenigsegg Jesko o tu Porsche 918, que el Nevera va a fregar el suelo con ellos. Lo hace sin ruido, sin estridencias, como quien te pasa por la derecha en una rotonda y ni te mira. Tiene una eficiencia obscena en lo que hace. No transmite pasión, pero sí algo parecido al vértigo de estar ante una máquina que juega en otra liga.

Ahí va la lista: 0 a 100 en 1,74 segundos, 0 a 200 en 4,42, 0 a 300 en 9,22, 0 a 400 en 21,32… y luego frena. De 100 a 0 en 29,12 metros. De 400 a 0 en 8,85 segundos. El 0-400-0 lo hace en 29,93 segundos. ¿Quieres más? Récord en el cuarto de milla (8,25 s), media milla (12,82 s), milla completa (20,59 s). Récord en el 0-100-0, en el 0-200-0, en el 0-300-0. Aceleración lateral. Fuerza G. Tiempo de respuesta del sistema de vectorización de par. La lista parece escrita por alguien con TOC.

Rimac Nevera R (1)

Cómo se logran 24 récords sin despeinarse

Primero necesitas potencia, pero eso ya lo sabemos. Lo que no se ve es el trabajo enfermizo de integración electrónica que hay detrás. El Rimac Nevera no es un coche que simplemente empuja mucho. Es un conjunto perfectamente orquestado de software y hardware donde cada milisegundo cuenta. El chasis de fibra de carbono pesa 200 kg, la batería estructural va en forma de T y hace de columna vertebral, y cada uno de los cuatro motores eléctricos recibe órdenes individuales cada 500 microsegundos.

La vectorización de par no es un chiste. Lo que aquí pasa en cada curva sería ilegal en los campeonatos de GT. Cada rueda recibe exactamente el par que necesita para hacer lo que se espera de ella y sin que el conductor tenga que saberlo ni pedirlo. No hay diferencial porque no hace falta. No hay pérdida de tracción porque no hay nada que patine. No hay drama. Es como conducir un Scalextric con esteroides.

Para lograr todo esto necesitas refrigeración, porque los eléctricos pueden ir muy rápido, pero también se calientan como un portátil minando bitcoin en verano. El Nevera hace honor a su nombre y tiene tres circuitos de refrigeración independientes: uno para la batería, otro para los motores y uno más para la electrónica. Todo esto va gestionado por 74 sensores térmicos repartidos por el coche. Si el polo norte tuviera una centralita, probablemente sería parecida.

La aerodinámica activa también ayuda, porque si vas a pasar de 0 a 400 en 21 segundos, más te vale que el coche no flote al llegar. El Nevera tiene un alerón trasero móvil, un difusor ajustable y unas canalizaciones que se abren y cierran en función de si estás acelerando, frenando o simplemente haciendo el cabra en circuito. Nada de esto es decorativo. Cada pieza tiene una función, y lo más cachondo es que a pesar de todo esto, sigue siendo un coche de calle. Lleva pantalla táctil, tiene maletero y puedes ponerle Spotify. Aunque, sinceramente, a 300 por hora no estarás para prestarle atención a Luis Miguel.

Rimac Nevera R (3)

 

¿Y esto para qué sirve, exactamente?

Sirve para demostrar que el límite del automóvil está más lejos de lo que creíamos y para enseñarle a Tesla que el Plaid es un juguete. Sirve para decirle a Bugatti que su Veyron, aunque majestuoso, se ha quedado viejo. Sirve para que cualquier gasolinero de bien diga: “vale, esto no hace ruido, pero hay que ver cómo anda”. Sirve, sobre todo, para callar bocas a los que decían que un eléctrico nunca podría emocionar. Este no emociona, pero aterra. Y eso también cuenta.

No va a cambiar el mundo, no va a salvar el planeta, y tampoco va a democratizar el rendimiento, porque eso se lo dejamos al Dacia Spring. Esto es lo contrario: un coche que existe simplemente porque alguien quiso ver hasta dónde se podía llegar si el dinero no era problema y la ingeniería no tenía miedo. No hay propósito más puro que ese.

Es refrescante ver algo que no pide perdón por existir. Que no intenta gustar a todo el mundo ni intenta ser un coche para todos. El Nevera es para nadie y para todos (los que puedan pagarlo). No es práctico, no es barato, no es emocional, pero tampoco es predecible.

Probablemente, no verás jamás uno por la calle. No porque se hayan vendido pocos, sino porque quien se compra uno de estos no lo saca para ir al centro comercial. Lo guarda como quien guarda una katana original del siglo XV. Lo admira. Lo estudia, y, de vez en cuando, lo saca a la pista para que el mundo recuerde que, si quisiéramos, podríamos hacer que todo fuese así de absurdo.

Rimac Nevera R (4)

El final del juego (por ahora)

Podemos cabrearnos todo lo que queramos con los eléctricos. Podemos echarnos las manos a la cabeza porque se pierde el alma, porque no hay cambio manual, porque no suena, porque no vibra, y con razón. Pero si todos fueran como el Rimac Nevera, igual nos tragaríamos nuestras palabras, porque no hace falta ruido para que se te encoja el estómago, aunque sería un buen extra.

Es un coche que no entiende de concesiones. No hay zonas grises. O lo respetas, o te estampa contra la siguiente barrera de neumáticos. No te da tiempo a pensarlo. Por eso el título: es más rápido que el pensamiento. Tú decides acelerar, y cuando tu cerebro acaba de mandar la orden a la pierna, el coche ya ha pasado de 100.

No tiene sentido, y precisamente por eso nos fascina, porque el coche racional está matando al coche pasional, pero de vez en cuando llega una aberración como esta para recordarnos que todavía queda margen para la locura. Que todavía haya ingenieros que no trabajan con algoritmos para gustar a todos, sino con pasión y con ganas de ver qué pasa si quitas todos los límites.

No sabemos si Rimac será una marca que dure. No sabemos si esta bestia tendrá sucesor. Pero sí sabemos que en este momento de la historia, en este cruce extraño entre lo analógico y lo digital, hay un coche que ha dejado a todos los demás atrás. Literalmente. Aunque solo sea por un rato, es un motivo para tener esperanza en el futuro.

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Sobre mí

Jose Manuel Miana

Ando loco con los coches desde que era pequeño, y desde entonces acumulo datos en la cabeza. ¿Sabías que el naufragio del Andrea Doria guarda dentro el único prototipo del Chrysler Norseman? Ese tipo de cosas me pasan por la cabeza. Aparte de eso, lo típico: Estudié mecánica y trabajé unos años en talleres especializados en deportivos prémium.

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Ingeniero de profesión, la mayor pasión de mi vida son los coches desde que era un chaval. El olor a aceite, gasolina, neumático...hace que todos mis sentidos despierten. Ahora embarcado en esta nueva aventura, espero que llegue a buen puerto con vuestra ayuda. Gracias por estar ahí.

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Si me preguntas de donde viene mi afición por el motor, no sabría responder. Siempre ha estado ahí, aunque soy el único de la familia al que le gusta este mundillo. Mi padre trabajó como delineante en una empresa metalúrgica con mucha producción de piezas de automóviles, pero nunca hubo una pasión como la que puedo tener yo. También he escrito un libro para la editorial Larousse sobre la historia del SEAT 600 titulado "El 600. Un sueño sobre cuatro ruedas".

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Soy un apasionado de los coches desde que era muy pequeño, colecciono miniaturas, catálogos, revistas y otros artículos relacionados, y ahora, además, disfruto escribiendo sobre lo que más me gusta aquí, en Espíritu RACER.

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Veo arte en los coches y en sus diseños una potencia que va más allá de las cifras. Ex conductor de Renault 12 rojo modelo 1995 de épicos e imprevisibles episodios, al que recuerdo por la hostilidad de su volante, pero, sobre todo, por nunca haberme dejado en el camino.

Jose Manuel Miana

Ando loco con los coches desde que era pequeño, y desde entonces acumulo datos en la cabeza. ¿Sabías que el naufragio del Andrea Doria guarda dentro el único prototipo del Chrysler Norseman? Ese tipo de cosas me pasan por la cabeza. Aparte de eso, lo típico: Estudié mecánica y trabajé unos años en talleres especializados en deportivos prémium.