El síndrome de Stendhal es conocido por provocar aceleración del ritmo cardíaco, felicidad, palpitaciones y emoción, tras contemplar una obra de arte que destaca por su extremada belleza.
La nueva obra de Bugatti bien podría provocar, en más de una ocasión, estos síntomas. Más allá de la expectación que genera el sucesor del Chiron por el mero hecho de serlo, no puedo evitar sentir una emoción especial antes de conocer por primera vez la nueva obra maestra de Bugatti, esta vez bajo la dirección de Rimac.
Abro la carpeta y allí está. Su nombre es Bugatti Tourbillon. Recuerdo haber conocido esta palabra gracias a mi tío Martín, quien tiene una especial predilección por los relojes de pulsera. Se trata de un mecanismo que se encarga de garantizar la mejor precisión y exactitud en los relojes analógicos; y esta definición se ajusta como un guante al nuevo modelo de Molsheim.
Miro con detenimiento cada una de las imágenes. El Tourbillon recuerda al Chiron, pero es más esbelto. Diferente en sus proporciones. Elegante. Minimalista. Mis ojos se dirigen hacia la espina dorsal que divide la carrocería en dos mitades perfectamente simétricas. Me recuerda al Bugatti Atlantic. Contemplo el frontal. Los proyectores principales en LED son más finos; la parrilla en herradura, más ancha. Recorro el lateral. Nuevamente, las alusiones al Chiron son evidentes, pero resulta mucho más armónico en su conjunto. Los dos tonos de la carrocería, separados mediante una figura elipsoidal, le confieren un aspecto muy elegante. La apertura diédrica de las puertas, mordiendo el techo, resulta espectacular. La parte posterior está presidida por un difusor de grandes dimensiones, y unos pilotos que reproducen la esbelta silueta de la carrocería, separados por el nombre “B U G A T T I” con iluminación.
Es un lobo con piel de lobo, pero vestido de etiqueta. El Rolls-Royce de los superdeportivos. Un modelo que no pretende alardear de su hiperdeportividad porque con su sola presencia ya la demuestra. Excelencia, elegancia y precisión se unen con un virtuosismo inusitado. Vienen a mi mente unas palabras de Ettore Bugatti: “Nada es suficientemente bello”. En este momento me pregunto si este Bugatti podría ser aún más bello de lo que es, pero me resulta difícil.
Accedemos al habitáculo. La primera impresión es de minimalismo. Líneas sencillas y puras. El puesto de conducción (más bien deberíamos decir de “pilotaje”) presenta claras alusiones a los relojes de alta gama, con tres esferas en las que se agrupa toda la información necesaria para el piloto. Su estructura, de titanio, incluye piedras preciosas como rubíes y zafiros. La esfera central muestra el velocímetro y el cuentarrevoluciones, que actúan de forma síncrona como lo harían las agujas de un Rolex. Sólo un pequeño display en la instrumentación, donde se puede leer la velocidad a la que se circula. El volante es de centro fijo, una solución adoptada hace un tiempo por otra marca francesa, pero que no tuvo continuidad en el tiempo. La consola central, muy limpia, está realizada en aluminio pulido y cristal. En Bugatti han tratado de prescindir de todas las pantallas posibles, dejando sólo una escamoteable para acoger algunas funcionalidades propias del siglo XXI. El equipo de sonido, aún en desarrollo, no utilizará altavoces tradicionales. Accionamos el contacto, y el melodioso sonido del nuevo motor V16 parece música celestial.
Con 8,3 litros de cubicaje y un impresionante par motor de 900 Nm, el corazón del Tourbillon ha sido desarrollado desde cero y eroga 1.000 CV, a los que se unen los 800 CV adicionales que aportan tres propulsores eléctricos, dos en el eje anterior y uno en el posterior. Es por esto que en Bugatti han decidido prescindir del uso de turbocompresores. Todo un reto para Rimac, que es la primera vez que desarrolla un motor de combustión interna. La batería, de 800 V y 25 kWh, está refrigerada por aceite y permite recorrer hasta 60 km en modo eléctrico, dependiendo de cuánto nos pese el pie derecho. La suspensión, por su parte, está impresa en 3D. El peso queda por debajo de su antecesor.
Todo, absolutamente todo en este Bugatti, ha sido diseñado para ser bello: desde el chasis monocasco hasta cualquier pieza mecánica, sin importar que no esté a la vista, pero siempre dando prioridad a las prestaciones. Las cifras no dejan a nadie indiferente: de 0 a 100 km/h en dos segundos, de 0 a 200 en cinco, de 0 a 300 en diez. La velocidad máxima, con la Speed Key, es de 444 km/h.
Los primeros Tourbillon se empezarán a entregar a partir de 2026 a los afortunados propietarios que puedan hacer frente a un presupuesto de 3,6 millones de euros. El resto de los mortales podremos deleitarnos mirando las fotos y viendo los vídeos en los que se muestra al Tourbillon en su máximo esplendor. Y, con un poco de suerte, quizá algún día nos crucemos con un ejemplar por la carretera.
Jesus Alonso
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