Decir que hay Ferraris especiales es como decir que el agua moja, porque dentro del mundo del cavallino rampante hay algunos modelos que son otra historia aparte. Hablamos de coches que se pueden oler en una foto, que suenan sin arrancar y que, con solo verlos, ya te imaginas una carretera vacía y un buen tramo por delante.
Tampoco estamos hablando de rarezas de catálogo ni de series limitadas para millonarios árabes aburridos. No. Hoy hablaremos de esos Ferrari que te hacen mirar dos veces aunque tengas prisa, y que te alegran el día. Algunos son leyenda, otros más recientes, pero todos tienen ese nosequé que no se puede explicar del todo.
Así que sí, hay Ferraris y luego están estos Ferrari. Los míticos. Aunque la lista podría ser más larga, nos hemos quedado con cinco que para nosotros lo tienen todo. Motor, historia, personalidad… y, sobre todo, mucha identidad propia.

Ferrari 250 GTO: lo que todos querríamos tener
El 250 GTO es como un Macallan de 50 años: No cualquiera puede permitírselo, y lo peor es que es verdad. Este coche es el santo y seña de Ferrari, el que todo coleccionista quiere, el que vale más que muchos cuadros famosos. Pero lo más importante es que no es solo bonito ni solo exclusivo, sino que es una joya que corría y ganaba cuando lo que importaba era cruzar la meta antes que nadie.
Montaba un V12 de los de antes, con carburadores y sin tonterías. Ni ABS, ni controles, ni ayudas. Si no sabías llevarlo, te pegaba un susto. Pero si sabías, era gloria bendita. Suena como una orquesta y se mueve como si pesara la mitad. No hay nada moderno que se le acerque en cuanto a sensaciones. Y sí, cuesta lo que una isla privada, pero también tiene el encanto de algo que no se puede repetir.
No hace falta tenerlo para amarlo. Ver uno ya impresiona, y verlo rodando es ya una experiencia tántrica. Este es un Ferrari superior. Uno de esos que no envejecen, que no pasan de moda y que, si tuvieras un garaje para uno solo… sería el que aparcarías ahí sin dudarlo, porque este marcó los años 60 como el Testarossa marcó los 80.

Testarossa: el Ferrari de los 80 con toda la cara
Aquí no hay medias tintas. O te vuelve loco o te parece una horterada. Pero para nosotros, el Testarossa es historia pura. Fue el Ferrari de toda una generación. El que salía en los pósters (era este o el Countach), en la tele, en los videoclips y, sobre todo, en Miami Vice. Ese culo ancho, esas lamas laterales imposibles, ese sonido a V12 plano… No hay manera de confundirlo con otro.
Ferrari no lo diseñó para pasar desapercibido. Todo lo contrario. Este superdeportivo quería llamar la atención, y vaya si lo consiguió. Puede que hoy en día haya coches más rápidos, más finos, más lo que quieras, pero ninguno tiene su presencia. Es un coche que impone, que huele a puro, a traje blanco y a noches calurosas en la costa. Un Ferrari con mucha personalidad, aunque no siempre bien entendida.
Luego está cómo va. Que sí, que en curvas cerradas no es un 458. Pero es noble, tiene fuerza para aburrir y, si te atreves a pisarle, todavía te puede sacar los colores. Además, sigue siendo un coche que se disfruta más cuanto menos te ayuda. Lo llevas tú, no una centralita con autopilot. Eso es algo que los coches modernos no pueden decir.

F40: el Ferrari que no se anda con tonterías
Si el Testarossa es puro estilo ochentero, el F40 es directamente dinamita con ruedas. Aquí no hay adornos, ni lujo, ni concesiones. Fue el último Ferrari que Enzo vio terminar, y se nota. Es un coche hecho para correr, para dar miedo y para demostrar que en Maranello también sabían hacer cosas brutas. Muy brutas.
El motor es un V8 biturbo que entra a lo bestia. El chasis, de fibra de carbono, pesa menos que un Seat Panda (incluso llevaba menos capas de pintura). Y el interior… pues eso, interior tiene poco. Moqueta justa, asientos de carreras y tiradores en vez de manetas. Pero todo tiene un porqué. Es un coche que transmite absolutamente todo lo que pasa entre el asfalto y tus manos. No te acaricia: te sacude.
Aun así, es precioso porque su fealdad funcional lo hace irresistible. Cada entrada de aire, cada curva de su carrocería tiene una razón de ser. No busca likes en Instagram porque entonces ni se conocía, lo que busca es hacerte sudar, y lo consigue. Este es ese Ferrari que, si te montas, ya no ves con los mismos ojos ningún otro coche.

458 Italia: el último grito antes del silencio
Si el F40 marcó el final de Enzo Ferrari, el 458 Italia también cerró una era y llegó como una bocanada de aire puro en un ambiente de híbridos y turbos. Fue el último Ferrari V8 atmosférico, y eso ya lo hace especial. Pero es que además es bonito, fino y con un motor que suena como el demonio: Un 4.5 litros que sube a 9.000 vueltas sin que se le caiga la baba, y que empuja como si no hubiera un mañana.
No es solo el motor. El coche en sí va de cine. Dirección precisa, chasis ágil, cambio rapidísimo… y todo eso sin renunciar a cierta comodidad. Puedes hacerte un puerto con él o irte a cenar y que te miren con respeto, no como a un macarra. Es de esos Ferrari que no necesitas revolucionar para hacerte notar entre los demás.
El diseño también es ejemplar, porque este no solo corre sino que también enamora. No tiene estridencias ni pegas visuales. Es elegante, moderno y equilibrado. De esos coches que dentro de 30 años seguirán pareciendo actuales. Si te gusta conducir y tienes algo de gusto estético, es muy difícil que este Ferrari no te parezca uno de los mejores de su época.

Enzo: el Ferrari con nombre de jefe
Hasta ahora hemos mencionado al último coche que vio Enzo Ferrari y al último V8 atmosférico, así que ahora toca hablar de tributos. La verdad es que ponerle “Enzo” a un coche es arriesgarse con un listón muy alto, pero Ferrari lo hizo, y no falló. Este bicho salió en 2002 y parecía un Fórmula 1 con matrícula. V12 atmosférico, caja robotizada, morro afilado como un cuchillo y unas prestaciones que quitaban el hipo. Fue una declaración de intenciones, una manera de decir: “Seguimos siendo Ferrari”.
No es el más bonito, lo sabemos, ni el más fácil de llevar. Pero eso da igual. Es una máquina seria, que no se anda con florituras. No es cómodo, ni práctico, ni silencioso. Es un coche que exige respeto y que, si no vas con cuidado, te pone en tu sitio. Pero si tienes manos y valor, te lo pasas como un enano.
Hay algo especial en saber que este coche lleva el nombre del fundador. No es marketing. Es homenaje. Y lo curioso es que, con todos sus defectos, sigue siendo uno de los Ferrari más puros de los últimos 30 años. No va de lujo. Va de sensaciones. Y eso, en estos tiempos, ya es mucho decir.
Estos son los Ferrari que nos hacen tilín. No por caros o raros, sino porque tienen eso que no se compra en Amazon: carácter. Son coches que huelen a gasolina, que hacen ruido de verdad y que te hacen sentir vivo aunque solo los veas pasar. Si alguna vez tienes la suerte de conducir uno… no lo cuentes. Disfrútalo.
Jose Manuel Miana
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