Los que nos dedicamos a esto de probar y escribir sobre coches, tenemos la suerte, porque es una suerte, de poder conducir y conocer toda clase de coches, tanto modernos como no tan modernos. Conocemos de primera mano los nuevos motores, las novedades de los fabricantes y probamos, cada día, los nuevos sistemas que se desarrollan. Eso nos da una perspectiva que no todo el mundo puede tener, así como un conocimiento de la situación que nos permite poder analizar las cosas como corresponde –aunque no siempre se haga–.
Esa suerte de poder conducir coches nuevos y no tan nuevos constantemente, también nos ofrece otra perspectiva, o al menos, a mí me ha ofrecido otra perspectiva: el disfrute de la conducción en los coches modernos desaparece con cada nuevo lanzamiento. Es una afirmación muy rotunda, lo sé, pero estoy absolutamente convencido de ello, y no porque los coches actuales sean malos o no ofrezcan sensaciones, sino porque son demasiado intrusivos, son unos “metomentodos” que “molestan” constantemente con pitidos, luces y correcciones a cada cosa que se hace.
Pongo en contexto con una sencilla historia. Personalmente, me gusta mucho conducir de noche, pero no conducir “a saco”, más bien todo lo contrario, me gusta salir a rodar, a conducir por conducir pero suavemente, sin buscar prestaciones, solo la sensación de rodar con el coche con un paisaje que me gusta, y sobre todo, con buena música de fondo –la buena música, como siempre, según gustos–. Rodar tranquilo, por carreteras con muy poco tráfico y a una velocidad sostenida, sin correr, solo “fluir” por el trazado. Sin embargo, los nuevos automóviles, con toda su electrónica, rompen ese disfrute con una retahíla constante de pitidos y luces: has pisado la línea continua sin poner el intermitente, has superado la velocidad de las señales, no estás mirando hacia delante, has vuelto a pisar la línea continua sin poner el intermitente, vuelves a ir más rápido de lo que marcan las señales, te has acercado demasiado a un objeto –aunque sean cuatro hojas de un matorral–…
Toda la tranquilidad y las sensaciones que te llegan cuando ruedas, se va al carajo con tanto ruido y tanta señal, es un incordio, una molestia constante que te quitan las ganas de seguir con tu paseo. Es cierto que hay algunos avisos que se pueden quitar, como el asistente de mantenimiento de carril o el lector de señales, pero hay que hacerlo siempre que pongas el coche en marcha, hay marcas que esconden el sistema en un menú rebuscado y en ocasiones, ni siquiera puedes eliminar el aviso por completo, como ocurre en Mercedes, que te sigue avisando cuando lee una nueva señal –un pitido, solo uno, pero molesto, que nos encontramos en el Mercedes CLE Coupé– o como Jeep, que no te deja desconectar por completo el asistente de mantenimiento de carril –solo permite quitar el pitido, pero deja la vibración del volante, al menos en el Jeep Compass que probamos hace tiempo–. No puedes disfrutar de un paseo con el coche porque siempre hay un pitido, una lucecita o una vibración que incordia, que rompe con la conexión con el momento, con la carretera; no puedes “fluir”.
Las marcas, todo sea dicho, no tienen realmente la culpa, ellos están para ofrecer lo que quiere comprar la gente y tienen que cumplir con las normativas, pero sí tienen la culpa de esconder y complicar la desconexión de dichos sistemas que se puede apagar –hay sistemas que no se pueden desconectar, sea por ley o por lógica, como el ABS–. Es entendible que para el común de los usuarios estos sistemas existan, y también es entendible que los aficionados, que siempre nos las damos de grandes conductores, los tengamos en nuestros coches –el exceso de confianza en ocasiones, se paga caro–, pero sería de agradecer mayores facilidades para encontrar los sistemas en los menús, aunque sea en los coches con talante “espiritual”. Es evidente que el complicar su desconexión es una clara invitación a no hacerlo.
Hace poco leí un artículo en el portal de Goodwood con el que estoy totalmente de acuerdo. Se titula “The more cars beep the more people will ignore them”, “Cuánto más piten los coches, más gente lo ignorará”. En dicho artículo, escrito por el periodista Ben Miles, afirma que llega un momento en el cual, por muchos pitidos que emita el coche, se tiende a ignorarlos completamente y como cabe esperar, ignorar los avisos supone que dichos sistemas no sirven para nada. De hecho, pueden llegar a distraer.
Imagina la situación: conduces tu coche de camino a casa después del trabajo y, de repente, un pitido de aviso. En ese momento, centras tu atención en saber por qué se ha puesto a pitar el coche y dejas de mirar a la carretera. Son segundos lo que tardas en mirar el cuadro de mandos, lo sé por experiencia, pero a 100 km/h, por ejemplo, esos segundos son muchos metros; 28 metros por segundo. Si miras la instrumentación durante cuatro segundos para ver porque pitaba el coche, habrás recorrido 112 metros sin mirar la carretera… Por eso, y por otras cosas, acabas por ignorar el pitido y sigues a lo tuyo.
Con todo esto no quiero decir que los sistemas deban desaparecer, ni por asomo, los sistemas actuales son los que han permitido obtener los coches más seguros de toda la historia del automóvil, son imprescindibles. Simplemente, creo que podría haber otras formas de implementarlos. Al final, no todo el mundo es un aficionado a conducir, hay quien conduce por necesidad y, sin embargo, detesta hacerlo, pero sería de agradecer que funcionaran de otra forma, sin tanto pitido por todo y sin tanta intervención constantemente, solo cuando fuera realmente necesario.
Y pongo otro ejemplo que ocurre en casa con cada coche que llevo. Mi mujer, madre de un niño de 12 años, siempre se interesa por si el coche, al dar marcha atrás, frena solo cuando hay alguien detrás. Es una preocupación que le surgió cuando conoció el caso de un atropello de un niño pequeño, en la puerta de un colegio, por un coche que circulaba marcha atrás. Ahí, el sistema de frenada de emergencia frena y soluciona cualquier accidente, por leve que sea, si estuviera todo el rato pitando cuando se da marcha atrás, sería un tostón monumental que todo el mundo apagaría, pero solo funciona cuando es necesario que lo haga.
Javi Martín
Si me preguntas de donde viene mi afición por el motor, no sabría responder. Siempre ha estado ahí, aunque soy el único de la familia al que le gusta este mundillo. Mi padre trabajó como delineante en una empresa metalúrgica con mucha producción de piezas de automóviles, pero nunca hubo una pasión como la que puedo tener yo. También he escrito un libro para la editorial Larousse sobre la historia del SEAT 600 titulado "El 600. Un sueño sobre cuatro ruedas".Totalmente cierto. Ademas creo que nos acaban haciendo mas tontos, ya que estamos confiados en que el coche nos corregirá o avisará antes de cualquier error de conducción o falta de percepción, por lo que la gente al final cree -creemos- que podemos ir menos concentrados en la conducción, con los riesgos que ello conlleva. Solo basta ver a ese elemento con el electrico de moda y tapando el parabrisas con su conductor automatico…