Los eléctricos chinos no son el futuro, son el espejo que no queremos mirar

Los eléctricos chinos no son el futuro, son el espejo que no queremos mirar

No debemos confundir el progreso con el consumismo


Tiempo de lectura: 8 min.

No, no son el futuro. No como nos los quieren vender. Los eléctricos chinos no son el avance imparable hacia un paraíso sin humo ni aceite, sino el espejo deformado de una transición atropellada, subvencionada a lo loco y sin plan. Un espejo que devuelve la imagen que nadie quiere mirar: la de miles de coches tirados, usuarios cabreados y marcas que nacen y mueren antes de que te llegue la financiación. Si te gusta discutir con datos y entender por qué tanta promesa huele a chamusquina, quédate.

Cementerios de chatarra electrificada

En China hay campos de batalla donde las leches no son entre coches, sino entre plantas y cables de alta tensión. Hay cementerios de coches eléctricos, miles de ellos, alineados como en una peli de zombis, sólo que en vez de cerebros se han comido subvenciones a cascoporro. Algunos de ellos son vehículos que no han hecho ni 5.000 kilómetros y que ya están abandonados, con los plásticos de los asientos puestos y la batería descargada para siempre.

¿Cómo hemos llegado aquí? Carsharing, por ejemplo. Estas startups prometían salvar el planeta mediante coches compartidos y lo único que compartieron fue el subsidio público. Compraban coches a granel, el gobierno les daba dinero por cada unidad, y cuando la moda pasó, se fueron todas al carajo. El resultado: cementerios donde la naturaleza crece entre coches que nunca tuvieron un propietario.

Eso es lo que pasa cuando diseñas un modelo basado en vender sin cliente. Que está bien innovar, pero si está atado con hilo de pescar, cuando tiras un poco se desmonta todo. Que no se nos olvide: esos coches están nuevos. No se han roto. No han fallado. Simplemente, no tenían comprador.

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Obsolescencia a velocidad 800V

No hay nada más frustrante que comprar un móvil nuevo y ver que al mes hay una versión mejor, más barata y con más pijadas. Y justo esto es lo que les pasa a los compradores chinos cada dos por tres con sus coches. Las marcas sacan modelos como si fueran smartphones, y cada 18 meses hay una nueva versión. El anterior va a la basura. Literalmente.

Esto no es progreso, es estrés post-compra. A los clientes de Aito, por ejemplo, les sacaron una nueva generación 60 días después de estrenar la anterior. Claro, ahora todos se piensan si comprar o esperar al siguiente. En ese limbo mental, el mercado se convierte en una jungla de descuentos, quejas y coches devaluados antes de que les hayas quitado el plástico a la pantalla.

Encima, con esa velocidad, la depreciación es ridícula: entre un 25% y un 35% en dos años. En comparación, un japonés pierde la mitad. No hay quien se atreva a comprar si al año y medio el coche vale un 30% menos y tiene una versión mejor esperándote en la web.

Esto en el mejor de los casos. En otros, el modelo se deja de fabricar antes de que ni siquiera se consolide. Porque en esta carrera, si no corres, mueres, y si corres mucho, te estampas.

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Quiebras como si fueran startups de fintech

China tiene más marcas de coches eléctricos que nombres de sushi, pero muchas están cayendo como fichas de dominó. WM Motor, HiPhi, Byton… son nombres que igual ni te suenan, pero que tenían modelos en la calle. Ahora tienen usuarios que no pueden abrir el coche porque el servidor está caído. No es broma: se quedan sin app y no pueden entrar. Literalmente bloqueados.

Tampoco hay repuestos. No hay garantías. Nadie responde al teléfono. Son coches de 40.000 euros convertidos en pisapapeles conectados. No hace falta mucha imaginación para entender el cabreo, porque ya no hablamos de fallos mecánicos, sino de abandono digital. Si cierran los servidores, el coche se convierte en un adorno caro.

Esto es el presente, no el futuro. No es teoría conspiranoica. Es gente se está quejando. Así está el nivel.

El problema es que, con tanta marca peleando, sólo 15 tienen opciones reales de sobrevivir en los próximos cinco años. El resto son apuestas a fondo perdido, y los que pierden no son solo los inversores, son los que han firmado la financiación.

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Incendios, baterías y fuego amigo

En España aún no ha llegado la paranoia, pero en China y Corea lo tienen clarinete: los coches eléctricos no entran en el parking si están cargados a tope. La razón: se incendian. Sí, mucho menos que los térmicos, pero con fuegos que derriten el hormigón.

Muchos hoteles, comunidades de vecinos y centros comerciales ya tienen prohibiciones claras: si es eléctrico, al aire libre, y eso que son nuevos. Lo peor vendrá cuando esas baterías llevan años de uso y empiecen a degradarse. Nadie sabe muy bien qué va a pasar con los cementerios de baterías. Pero el problema llegará.

En Hangzhou se quemaron 11 coches eléctricos en una semana. En el mar, un barco entero se incendió transportando 800 unidades, y esto no es que “un Tesla ardió y se hizo viral”. Esto es sistémico. Las baterías fallan, y cuando fallan, lo hacen con fuegos de 1.000 grados.

No es una condena a lo eléctrico. Pero sí es una advertencia. Si vas a meter baterías de litio en cada garaje, más te vale tener un plan. Porque lo contrario es jugar a la ruleta rusa con edificios enteros.

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Precios bajos, costes ocultos

Uno ve un coche chino por 16.000 euros y piensa que le están haciendo un favor. Pero no. El favor se lo hacen ellos al quitarse stock que en dos meses ya no vale nada. El coche será nuevo, pero el modelo está muerto, y en seis meses, nadie va a querer ese coche porque habrá otro con pantalla más grande y más “inteligente”.

Esa es la trampa de lo barato. Pagas poco, pero también pierdes mucho. Al tercer año tu coche vale la mitad, sin exagerar. Y luego viene la pesadilla del posventa. Porque muchas de estas marcas montan el tenderete sin red. Venden sin talleres, sin red de repuestos, sin nadie que te diga qué aceite (o refrigerante, si acaso) necesitas.

Si compras uno de esos porque “para ciudad va bien”, piénsatelo dos veces. Porque el día que tengas un golpe y te digan que la pieza tarda tres meses o no existe, te acordarás de ese euro que te ahorraste.

Que no es que lo chino sea malo, porque los hay muy buenos, y eso hay que reconocerlo, pero nos está llegando un sistema donde el coche es un bien desechable. Donde no hay fidelidad a una marca porque la marca igual no existe dentro de seis meses.

Coches eléctricos

Un modelo que se está cayendo a trozos

Lo de China no es que no funcione. Es que está estallando desde dentro. Tienen capacidad para producir 40 millones de coches al año. Venden 22. Les sobran 18 millones. Eso, en cualquier parte, es quiebra. Pero aquí lo parchean con más subvenciones, guerras de precios y promesas vacías.

BYD, que parece el líder imbatible, está recibiendo miles de quejas por hacer precisamente eso: sacar modelos nuevos que hacen polvo el valor de los anteriores. La gente compra y al mes siguiente ve el mismo coche con más extras y 2.000 euros menos. Es normal que haya cabreos. Lo raro es que alguien repita.

Mientras tanto, los gobiernos locales están hasta el cuello de deuda, las marcas juegan a perder dinero para ganar cuota, y los usuarios están en medio del fuego cruzado. Un mercado que, en vez de consolidarse, se autodestruye con cada nuevo lanzamiento.

¿El futuro? Si esto es el futuro, tiene toda la pinta de ser uno distópico, de esos en los que el consumismo desatado termina en cataclismo.

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Mirar el espejo antes de estrellarnos

Los eléctricos chinos no son el enemigo, pero tampoco son el modelo a seguir. Son un aviso. Una señal de tráfico que dice “reducir velocidad” antes de la curva. Porque si hacemos lo mismo que han hecho ellos, vamos a acabar igual: con coches tirados, clientes mosqueados y una industria sin rumbo. Y nuestra economía, a diferencia de la china, no puede permitirse solucionarlo con subvenciones.

La transición eléctrica no puede basarse en quemar marcas, quemar baterías y quemar la confianza del consumidor. Tiene que ser un proceso serio, con tiempos razonables, con tecnología madura y con redes de posventa que existan más allá de la nota de prensa.

No se trata de decir “no” al coche eléctrico. Se trata de no tragarse el cuento de que todo lo que brilla en una pantalla de 17 pulgadas es progreso. Se trata de usar la cabeza y no lanzarse al consumismo descerebrado.

Si no lo ves, date una vuelta por los cementerios de coches de Hangzhou.

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Sobre mí

Jose Manuel Miana

Ando loco con los coches desde que era pequeño, y desde entonces acumulo datos en la cabeza. ¿Sabías que el naufragio del Andrea Doria guarda dentro el único prototipo del Chrysler Norseman? Ese tipo de cosas me pasan por la cabeza. Aparte de eso, lo típico: Estudié mecánica y trabajé unos años en talleres especializados en deportivos prémium.

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Ingeniero de profesión, la mayor pasión de mi vida son los coches desde que era un chaval. El olor a aceite, gasolina, neumático...hace que todos mis sentidos despierten. Ahora embarcado en esta nueva aventura, espero que llegue a buen puerto con vuestra ayuda. Gracias por estar ahí.

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Si me preguntas de donde viene mi afición por el motor, no sabría responder. Siempre ha estado ahí, aunque soy el único de la familia al que le gusta este mundillo. Mi padre trabajó como delineante en una empresa metalúrgica con mucha producción de piezas de automóviles, pero nunca hubo una pasión como la que puedo tener yo. También he escrito un libro para la editorial Larousse sobre la historia del SEAT 600 titulado "El 600. Un sueño sobre cuatro ruedas".

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Soy un apasionado de los coches desde que era muy pequeño, colecciono miniaturas, catálogos, revistas y otros artículos relacionados, y ahora, además, disfruto escribiendo sobre lo que más me gusta aquí, en Espíritu RACER.

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Veo arte en los coches y en sus diseños una potencia que va más allá de las cifras. Ex conductor de Renault 12 rojo modelo 1995 de épicos e imprevisibles episodios, al que recuerdo por la hostilidad de su volante, pero, sobre todo, por nunca haberme dejado en el camino.

Jose Manuel Miana

Ando loco con los coches desde que era pequeño, y desde entonces acumulo datos en la cabeza. ¿Sabías que el naufragio del Andrea Doria guarda dentro el único prototipo del Chrysler Norseman? Ese tipo de cosas me pasan por la cabeza. Aparte de eso, lo típico: Estudié mecánica y trabajé unos años en talleres especializados en deportivos prémium.