Desde la aparición de los primeros automóviles, la consecución de récords de velocidad ha sido una de esas medallas simbólicas que han perseguido diversos fabricantes. A lo largo de las décadas, numerosos vehículos vendidos al público han tratado de incrementar su prestigio al anunciarse como el coche más rápido del mundo. El Bugatti Chiron, junto a sus némesis, los Hennessey Venom F5 o Koenigsegg Jesko, son los últimos representantes de la búsqueda de este ansiado reconocimiento. Ahora bien, ninguno de estos modelos, equipados también con las pertinentes comodidades y elementos de seguridad que definen a cualquier vehículo de producción, es capaz de acercarse a las marcas que algunos aparatos diseñados específicamente para estos desafíos establecen en certámenes como la Semana de la Velocidad de Bonneville.
En este evento, celebrado en el salar del mismo nombre, situado en Utah, Estados Unidos, hemos podido ver bólidos que han establecido marcas casi inconcebibles, sirviéndose incluso de turborreactores para impulsarse por encima de la velocidad del sonido. Aunque obtenido en otro lugar —en el también norteamericano Desierto de Black Rock—, el récord mundial de velocidad en tierra, sancionado por la FIA, corresponde a día de hoy al Thrust SSC, que en 1997 registró 1.227,985 km/h —Mach 1,02— de media en sus dos pertinentes pases sobre una milla. Sus turborreactores Rolls-Royce Spey 202 aportaban 110.000 CV.
Más cercanos a los automóviles que conducimos a diario son otros prototipos que equipan propulsores de combustión interna de pistones y que alcanzan estratosféricas velocidades gracias a la tracción de sus ruedas. En este sentido, a día de hoy, el Speed Demon 715 es el vehículo de estas características que ostenta el prestigio de haber alcanzado la mayor velocidad de la historia, aunque esa marca no está reconocida por la FIA.
Lugares como el Salar de Bonneville o el Desierto de Black Rock son los escenarios habituales en los que algunos locos de la velocidad demuestran hasta dónde se puede llegar cuando lo único importante es ir lo más rápido posible
En el año 2020, en la mencionada salina de Bonneville, este automóvil alcanzó los 470,733 mph —722,204 km/h— en la media de sus pases sobre una milla. La velocidad instantánea más alta medida en ese momento llegó a las 481,576 mph —775,021 km/h—. Aunque no consiguiera inscribir su marca en los libros oficiales, sí se alzó con el trofeo que lo certificaba como ganador de su categoría en la edición de ese año de la Semana de la Velocidad de Bonneville.
Y en este 2023 lo ha vuelto a conseguir. Se ha quedado, eso sí, bastante lejos de aquella marca, puesto que 333,360 mph —536,491 km/h— fue su velocidad punta en esta ocasión. Al parecer, las peores condiciones ambientales, relacionadas con el viento, entre otras, impidieron que se acercara a sus marcas de 2020. En todo caso, fue más que suficiente para arrasar ante una competencia cuyas velocidades máximas fueron, en todos los casos, inferiores en más de 100 mph —160 km/h— a la marcada por el Speed Demon 715. Están más acostumbrados al olor del laurel que la estereotípica abuela cocinera asturiana, puesto que este ha sido su undécimo Hot Rod Trophy.
En las entrañas de este automóvil, con formas —y velocidades— propias de un cohete, se sitúa un propulsor de origen Chevrolet que quema metanol. Preparado por Ken Duttweiler, miembro del equipo responsable de esta creación, se trata de un V8 de 9.128 cc —Big Block— al que se le han adherido dos turbocompresores. Estos son capaces de soplar a una presión de hasta 2,4 bares, que permite al Speed Demon 715 disponer de una potencia máxima cifrada en 3.200 CV, junto con 2.855 Nm de par. A continuación os dejamos el vídeo del día en el que logró su mejor marca histórica.
David García
No conozco sensación mejor que la de un volante en las manos. Disfruto también con ellas sobre el teclado, escribiendo ahora para vosotros algo parecido a aquello que yo buscaba en los quioscos cuando era un guaje.COMENTARIOS