Los coches verdaderamente excepcionales no nacen de una gran marca que pretende batir récords ni de una tecnológica emergente con millones de dólares en fondos de inversión. A veces, lo más especial surge cuando alguien, armado con una herencia concreta y una obsesión muy definida, decide reescribir la historia a su manera. Lanzante, un nombre con herencia italiana y que pocos fuera del mundo de la competición sabían pronunciar hace treinta años, ha hecho justo eso: devolvernos al espíritu del McLaren F1 de los noventa pero sin caer en la nostalgia vacía. El 95-59 no es un ejercicio de estilo sin más. Eso habría sido quedarse corto.
Este coche no quiere parecerse a nada más. No es un restomod, ni un homenaje con ruedas de ningún tipo. Es una reinterpretación moderna de lo que supuso aquella improbable victoria de McLaren en Le Mans en 1995 usando un coche que ni siquiera había sido concebido para competir. La cifra 95-59 es precisamente el ADN que conecta ese pasado heroico con una idea radical del futuro, pero se presentó en el presente, en Goodwood. Allí dejaron clara su intención, y no era pura palabrería.
Detrás de ese diseño afilado y brutal hay algo más que fibra de carbono, aluminio forjado o escapes de titanio, porque Lanzante ha optado por lo difícil: crear algo que hable de conducción pura, de obsesión por el detalle y de herencia entendida no como un lastre, sino como un motor. Además, tiene tres plazas, lo que no está claro si es para poner la sillita del niño o qué.
Podría parecer un capricho de coleccionista, uno de esos artefactos que se ven una vez en un salón y luego desaparecen en una colección privada junto a una rareza de Zagato y algún Bugatti con nombre impronunciable, pero el 95-59 apunta más alto. Su carta de presentación es tan técnica como pasional, y es una razón de sobra para que lo veamos más veces.

Un diseño que no pide permiso
Lo primero que salta a la vista, y que probablemente hará que más de uno se pare frente al coche con la mandíbula desencajada, es su configuración de asientos. Tres plazas, con el conductor en el centro, como mandan los cánones de Gordon Murray, pero también como ordena la lógica si se quiere crear una experiencia lo más directa y envolvente posible. No es un tributo, sino una idea que se rehace con medios actuales. Las dos plazas auxiliares están retrasadas y bajadas, como escoltando al conductor, pero sin restarle protagonismo. Es casi más avión que coche.
Paul Howse es el diseñador detrás del McLaren P1 y del 720S, y ha sido el encargado de dibujar las líneas del 95-59. El resultado es curioso, porque aunque recuerda inevitablemente al lenguaje de McLaren, se percibe más libre, más limpio, más escultórico incluso. No hay pliegues innecesarios, no hay florituras. Hay musculatura, hay tensión. Los pasos de rueda marcan un ritmo visual propio, y las ópticas traseras, en forma de C, rematan un conjunto que parece más un ala delta terrestre que un coche convencional. Todo ello sin necesidad de caer en el barroquismo estético que afecta a tantos hiperdeportivos actuales.
La carrocería es, como no podía ser de otro modo, íntegramente de fibra de carbono. Pero más allá del material, lo interesante está en su tratamiento. Las superficies lisas y los paneles sin interrupciones sugieren una búsqueda casi zen del equilibrio entre forma y función. No hay tomas de aire gigantescas, no hay alerones teatrales, aunque sí hay uno móvil, ajustable electrónicamente, que actúa como freno aerodinámico y generador de apoyo según convenga. Todo el flujo de aire se ha diseñado para trabajar a favor del coche sin perturbar su perfil, y sí, hay referencias al mítico F1, pero nunca de forma gratuita.
Incluso los escapes, situados en posición central, no son una pose. Están inspirados en la turbina del avión de combate F22, y no es difícil imaginar el tipo de sonido que emiten cuando los dos turbos soplan a fondo. Nada de altavoces que simulan rugidos ni filtros que endulzan las vibraciones. Hay mecánica real, y eso se nota incluso sin haberlo arrancado aún.

Ingenio británico con músculo de Woking
Si uno rasca debajo de esa silueta futurista, se encuentra con un corazón bien conocido: el V8 biturbo de cuatro litros desarrollado por McLaren, afinado por Lanzante hasta superar los 850 caballos y 880 Nm de par. A estas alturas, el motor no es lo que más sorprende (casi cualquier superdeportivo de más de un millón de euros se mueve en esas cifras), pero lo que sí lo hace es la forma en que se ha ajustado todo para conseguir una experiencia sin filtros.
La transmisión es una doble embrague de siete marchas con tracción trasera, lo cual en sí mismo ya habla de una filosofía concreta. No se trata de tiempos de vuelta con tracción total ni de una estabilidad artificial. Lo que se persigue la conexión pura entre el conductor y el asfalto, y en ese sentido, el 95-59 parece estar más cerca de una herramienta de precisión que de una nave espacial.
El peso declarado es de 1.250 kilos, lo cual es admirable teniendo en cuenta el nivel de complejidad técnica que arrastra. Además, habrá una versión LM30 (una especie de paquete extremo) que rebaja aún más esa cifra hasta los 1.230 kg. Los materiales como el Inconel, el titanio o el oro (sí, el oro, como en el F1 original) no están aquí como adornos, sino como herramientas de ingeniería, y aunque no se han publicado cifras oficiales de prestaciones, no hace falta mucha imaginación para prever lo que puede hacer un coche de estas características con semejante relación peso-potencia.
Pero lo más interesante no es lo que corre, sino cómo lo hace. Lanzante ha trabajado durante años en adaptar coches de competición a carretera, y esa experiencia se nota. Las suspensiones, los reglajes, la dirección… todo está pensado para ofrecer una sensación táctil. El 95-59 no pretende democratizar la deportividad, pretende elevarla, y eso, aunque pueda parecer elitista, es justo lo que hace falta en un panorama cada vez más plano.

Exclusividad medida en cifras (y en alma)
Por supuesto, todo esto tiene un precio, y es “precioso”, porque el 95-59 costará más de 1,2 millones de libras sin contar impuestos. Unos 1,4 millones de euros si hacemos la conversión rápida, y se fabricarán solo 59 unidades, cada una numerada, personalizada y probablemente vendida antes de que leas esto. Aun así, lo más importante no es cuánto cuesta, sino lo que representa.
Lanzante podría haber hecho una edición limitada del F1 con cuatro detalles nuevos y cobrar tres millones por ella. En lugar de eso, ha creado algo nuevo que exige ser conducido, no solo fotografiado, y eso dice mucho sobre la empresa que hay detrás. Hay trabajo artesanal, visión de conjunto y una ejecución que no busca contentar a todo el mundo. Es un coche para los que saben lo que están viendo.
Frente a otros modelos como el McLaren Speedtail o el GMA T.50 de Gordon Murray, el 95-59 ofrece un enfoque menos obsesionado con la velocidad máxima y más centrado en la experiencia del conductor. Es más brutal que el T.50, menos aséptico que el Speedtail, y probablemente más divertido en carretera que ambos. No compite en cifras, sino en sensaciones, y eso es bastante raro.
Más pronto que tarde, lo veremos rugir en alguna pista británica o quizá incluso en carreteras de montaña, con algún coleccionista dispuesto a conducirlo de verdad, y eso, seamos honestos, ya es motivo suficiente para celebrarlo.

Cuando la historia sirve para avanzar
El Lanzante 95-59 no es un coche para todos, y tampoco debería pretenderlo cuando es una cápsula de tiempo construida con los materiales y la tecnología del presente, pero con una misión emocional profundamente anclada en 1995. No se trata solo de revivir una victoria, sino de trasladar su espíritu a un objeto que se puede tocar, conducir y admirar sin necesidad de justificarlo con cifras.
En estos tiempos insípidos con deportividad de laboratorio, es casi un acto de rebeldía. Son sólo 59 unidades, pero aun así lo que representa va mucho más allá, porque el 95-59 nos recuerda que el automóvil aún puede ser una expresión de arte, de ingeniería y de placer puro.
En resumen, el Lanzante 95-59 es una anomalía maravillosa: una locura con lógica interna, una pieza de coleccionista con alma de coche de carreras, y (de verdad lo esperamos) un coche que se vea a menudo en festivales.
Jose Manuel Miana
Ando loco con los coches desde que era pequeño, y desde entonces acumulo datos en la cabeza. ¿Sabías que el naufragio del Andrea Doria guarda dentro el único prototipo del Chrysler Norseman? Ese tipo de cosas me pasan por la cabeza. Aparte de eso, lo típico: Estudié mecánica y trabajé unos años en talleres especializados en deportivos prémium.COMENTARIOS