El Jeep Grand Cherokee 3.1 TD, era el intento de la firma norteamericana de adaptar su modelo estrella a los gustos y a las tendencias europeas. De hecho, el motor, el 3.1 TD, se montaba específicamente para el mercado europeo, donde los motores turbodiésel habían adquirido una popularidad notable y si se quería tener un buen nivel de ventas, había que ofrecer, sí o sí, un propulsor de este tipo.
A finales de los 90, el Jeep Grand Cherokee sufrió una importante transformación que lo llevó a volverse más grandes, más tecnológico, más elegante y más lujoso, pero también más pesado, claro. El cambio estético le sentó muy bien, por ejemplo, aunque mantenía todos los rasgos de la generación a la que sustituía y algunos detalles típicos norteamericanos, como una posición de mandos un tanto peculiar –la pantalla del ordenador de a bordo junto al espejo central– o una calidad general que podía mejorarse mucho.
De todas formas, esos detalles le daban, en el fondo, mucha personalidad y lo diferenciaban del resto de rivales, que por cierto, eran muchos. Con sus 4,61 metros de largo, el Jeep Grand Cherokee se quedaba en tierra de nadie y sus teóricos rivales, coches como el Toyota Land Cruiser o el Range Rover, eran más grandes en todas las cotas. Por otro lado, su tamaño, que por entonces resultaba enorme, no le hacía perder capacidades off road, pues no debemos olvidar que, a finales de los años 90, el Jeep Grand Cherokee estaba muy cerca de ser un verdadero todoterreno.
A finales de los 90, Jeep todavía era ‘muy yankee’ y se notaba en el diseño de cosas como los mandos para los elevalunas, los colores y diales de la instrumentación, el tacto de los materailes…

Sin ir más lejos, las suspensiones del Grand Cherokee 3.1 TD era de todoterreno: dos ejes rígidos, aunque estaban anclados a un monocasco de acero y no a un chasis de largueros. Los neumáticos tenían mucho perfil –225/75 16 con acabado Laredo, 240/70 16 con acabado Limited– y la suspensión tenía el típico tarado que se podía encontrar en cualquier vehículo con aspiraciones todoterreno, lo que condicionaba un poco el comportamiento en carretera –la carrocería se movía mucho si no se era suave y era muy subvirador–.
La verdad es que no importaba que las suspensiones se encontraran en un compromiso, pues el Jeep Grand Cherokee 3.1 TD no era un coche rápido. El motor era un cinco cilindros de 3.125 centímetros cúbicos, con culata de dos válvulas por cilindro, inyección indirecta, turbo e intercooler. Rendía 140 CV a 3.600 revoluciones y 384 Nm de par a 1.800 revoluciones. Tenía que mover un conjunto que rozaba los 1.900 kilos combinado con un cambio automático de cuatro relaciones –tres más overdrive–. El motor era un desarrollo a partir del VM italiano de 2,5 litros que empleaban Chrysler y Jeep y según la prensa de la época, movía dignamente el enorme conjunto.
Un vistazo a las cifras dejaba claras las cosas: 0 a 100 km/h en 14 segundos, 0 a 1.000 metros en 34,9 segundos, 173 km/h de velocidad máxima y unos consumos que no bajaban de los 12 litros cada 100 kilómetros.
Efectivamente, no era un coche veloz, pero tampoco lo pretendía. Era un todoterreno, o casi, y era fuera del asfalto donde destacaba, entre otras cosas, por sus largos recorridos de suspensión. En carretera, como hemos dicho, resultaba algo torpe por el esquema de suspensiones, pero tampoco era poco refinado por culpa de un motor tosco –sonaba y vibraba mucho– y por un cambio que era muy brusco en cualquier situación.
Javi Martín
Si me preguntas de donde viene mi afición por el motor, no sabría responder. Siempre ha estado ahí, aunque soy el único de la familia al que le gusta este mundillo. Mi padre trabajó como delineante en una empresa metalúrgica con mucha producción de piezas de automóviles, pero nunca hubo una pasión como la que puedo tener yo. También he escrito un libro para la editorial Larousse sobre la historia del SEAT 600 titulado "El 600. Un sueño sobre cuatro ruedas".COMENTARIOS