Algo que saben hacer muy bien los británicos son pequeños vehículos biplazas divertidos de conducir. Uno de ellos era este Austin-Healey Sprite “Frogeye”, cuyo apellido vendría a significar algo así como “ojos de rana”, algo que saltaba a la vista en cuanto lo contemplábamos frontalmente. Este simpático descapotable fue creado por el grupo británico BMC (British Motor Company) a finales de los 50, que le bastó con idear una ligera plataforma e instalar los componentes y la mecánica de sus modelos populares. De esta forma se consiguieron unos biplazas económicos de fabricar, resultando muy divertidos de conducir.
Para empezar, teníamos que cambiar el concepto actual de un coche deportivo, ya que como veremos nos encontrábamos realmente ante un coche raro. Siendo un deportivo inglés de estilo tradicional, necesitábamos una cierta forma física y tomárselo con algo de sentido del humor, a modo de una especie de juego. Siguiendo la lógica buscaba una cerradura para abrir la puerta, pero no se encontraba ni rastro de ella, aunque el hecho de estar descapotado daba una pista.
Se descubrió que la puerta del acompañante se abría desde el interior, y haciendo un ejercicio de contorsionismo, primero se introducía el pie izquierdo, se sujetaba el cuerpo agarrando el marco del parabrisas con la mano, doblando el espinazo y acurrucándose en su interior con cuidado de no golpearse con nada. Una vez sentados se descubre que se disponía de más espacio de lo que su exiguo tamaño exterior nos hacía pensar.
La llave que portábamos servía únicamente para arrancar el coche y para abrir el tapón del depósito de combustible. El salpicadero iba provisto de todo lo que le podíamos exigir: cuentavueltas, velocímetro, nivel del depósito de combustible y un gran reloj Smiths que incluía un manómetro de aceite y un termómetro de temperatura del refrigerante.
Un dato curioso era el hecho de que la información del cuentavueltas estaba tomada de la dinamo, ya que el motor de tipo A que llevaba no estaba ideado para llevar dicho instrumento. Esta aparente chapuza tenía su sentido, pues nos comunicaba que cualquier anomalía en el cuentavueltas (saltos repentinos, quedarse a cero) podía significar algún problema en la dinamo o en la correa de la misma, a falta de un amperímetro.
Giramos la llave de contacto y pulsábamos el botón de arranque situado entre el cuentavueltas y el doble reloj Smiths, en la parte alta del salpicadero, escuchando un sonido grave del pequeño motor, que invadía el pequeño habitáculo.
Su liviano peso -664 kg- provocaba que su pequeño motor de cuatro cilindros en línea, 948 cm3, 45 CV a 5.500 RPM y un par motor de 70 Nm a 3.000 RPM empujara con cierto vigor, dedicando 20 segundos para pasar de 0 a 100 km/h, muy similar a lo que tardaba un SEAT 127, considerado muy vivaz de comportamiento. No olvidemos que hablamos de un coche fabricado en 1960, el primer británico con chasis monocasco. La potencia se transmitía a través de una caja de cambios manual de cuatro velocidades.
Gracias a su reducido peso y tamaño negociaba las curvas como un ratón, sin apenas balanceo de la carrocería, sintiendo en nuestros huesos el más mínimo bache debido a la dureza de su suspensión
El techo duro era desmontable y estaba fabricado en fibra de vidrio, y tan solo teníamos que liberar dos enganches situados encima del parabrisas, y dos palomillas disimuladas detrás del respaldo de los asientos. Era una operación que requería una cierta fuerza física, por cierto. Una vez colocado a buen recaudo el sonido del motor llegaba amortiguado a nuestros oídos, y la visibilidad trasera era increíblemente óptima, sin montantes que la estorbasen.
En seguida descubríamos que la dirección era rápida, precisa y exigía poco esfuerzo para su manejo, con un volante de tacto ideal, fabricado en pasta. Fijándonos en el pedalier veíamos un acelerador sujetado por debajo, con un freno muy cercano para facilitar la maniobra punta-tacón.
La palanca de cambio tenía una posición ideal para su manejo, teniendo que realizar con cierta parsimonia los cambios de marcha y marcar bien los pasos de marcha, para que los engranajes no protestaran. El sincronizado era de origen Morris Minor, con fama de funcionamiento lento. La primera marcha no estaba sincronizada, la segunda era muy cortita, pensada para subir por pendientes pronunciadas, con una tercera más larga, en la que alcanzaba los 100 km/h. Su velocidad máxima era de 133 km/h.
Si eras muy sibarita echarías en falta detalles de confort como un cenicero, o detalles tan poco ergonómicos como el mando de los intermitentes en el centro del tablero de instrumentos, encima de la llave de contacto, sin retorno automático, unos frenos poco potentes y propensos a la fatiga y al calentamiento, una suspensión muy seca que suponía una tortura para nuestros cuerpos, o una palanca de freno de estacionamiento pegada al cuerpo.
A cambio experimentarás sensaciones únicas como ir sentado con el culo trasero pegado al suelo, empaparte de agua si te pilla un chaparrón veraniego o cambiar de sentido en una calle estrecha sin tener que maniobrar.
El acceso al motor lo realizábamos soltando un cerrojo situado a un palmo por debajo de la matrícula y, haciendo acopio de energía levantábamos un enorme capó que daba acceso a su pequeño motor y demás elementos mecánicos. Con un curso rápido de mecánica inglesa y una abundancia de repuestos y recambios a precios asequibles podíamos mantener en buen estado esta pequeña joya a nada que fuéramos un poco manitas. Su principal punto débil era la corrosión de la carrocería, a causa del típico tiempo húmedo y lluvioso inglés.
Su pequeño tamaño (3.493 mm de largo, 1.346 mm de ancho y 1.264 mm de alto) y su característico frontal que recordaba a la cara de una rana provocaban las sonrisas no solo de los niños, sino de los adultos. No era un coche prestacional, con sus particularidades de ser un coche con 60 años, pero sí tremendamente divertido de conducir y apto para disfrutarlo, si es posible con el cielo como techo…
Ginés de los Reyes
Desde que tengo conciencia me llamó la atención cualquier cosa con ruedas. Aprendí a montar en bicicleta al mismo tiempo que a andar, y creo que la genética tiene algo que ver: mi padre adoraba los coches, les ponía nombres, mi abuelo conducía y participaba en el diseño de camiones, y le privaban los coches...Jejejeje los faros junto a la parrilla le hace asemejarse a esto ->