El Škoda Octavia 2.0 SLX es, muy posiblemente, el más olvidado –¿desconocido?– de toda la gama del modelo checo. El Octavia, el coche que desarrolló Volkswagen para el relanzamiento de la compañía a nivel internacional, basó todo su éxito al casi imbatible precio y a los motores turbodiésel. Los gasolina, aunque contó con opciones interesantes como el Octavia RS, nunca tuvieron ni la más mínima oportunidad de ganarse al público.
Volkswagen, allá por los años 90, tenía un poderío casi insultante, podía permitirse casi cualquier cosa porque, además, todo les salía bien. Ahí está, por ejemplo, la compra y relanzamiento de SEAT y de Škoda, dos marcas que tuvieron un crecimiento magnífico durante algunos años, hasta el punto de convertirse en verdaderas referencias. Una se ganó al público joven y decidido, otra, se ganó a todos los demás conductores gracias a una relación calidad-precio muy interesante.
El Škoda Octavia fue la punta de lanza de esa nueva expansión de la compañía checa, un coche que tenía argumentos casi imposible de pasar por alto y que contó con versiones turbodiésel, con los famosos 1.9 TDI, que lo auparon hasta lo más alto. No obstante, como ocurrió con muchos otros modelos en aquellos años –finales de los 90–, las versiones de gasolina, aunque igualmente interesantes o incluso más interesantes que las diésel, según las necesidades del conductor, siempre quedaron eclipsadas. Versiones como el Škda Octavia 2.0 SLX que, si bien, tenía un planteamiento bastante austero, presentaba una combinación más que lógica.
Condenado al ostracismo en plena era de los diésel, el Octavia 2.0 SLX era una versión interesante para quienes menos kilómetros recorrían al año

Los motores turbodiésel dominaron el panorama europeo de forma incontestable, todo el mundo quería un diésel incluso para tenerlo aparcado en el garaje, mientras que, quizá, un motor “a gasolina” sería más aconsejable, sobre todo uno como el que montaba el Octavia 2.0 SLX, el cual, tenía un buen puñado de años a su espalda y garantizaba un rendimiento ya no espectacular, pero sí bastante digno y muy en línea con el planteamiento del coche.
Se trataba del mismo motor que montaba el Volkswagen Golf GTI III o el SEAT Ibiza 2.0 Sport, un dos litros “básico”, que destacaba por su elasticidad. Es decir, era el cuatro cilindros de 1.984 centímetros cúbicos con culata de dos válvulas por cilindro y un solo árbol de levas, que rendía 115 CV a 5.400 revoluciones y 17,3 mkg a 2.400 revoluciones. Se cambiaba la caja de cambios, o al menos los desarrollos, ya que la cuarta era de 28,3 km/h a 1.000 revoluciones y la quinta de 34,6 km/h a 1.000 revoluciones –en el Ibiza, por ejemplo, la cuarta era de 30,76 y la quinta de 37,74 km/h–.
Curiosamente, este motor ocupaba el lugar del 1.8 20 válvulas de 125 CV, un cambio un tanto peculiar, pues el cinco válvulas era mucho más moderno y, en teoría, tenía un mejor rendimiento. No obstante, al parecer, Volkswagen montó este motor, con algunas modificaciones –principalmente una revisión de la culata– en el Volkswagen New Beetle 2.0 y en el Volkswagen Bora 2.0, mientras que en el Passat se usó una variante con 120 CV.
No era la versión más prestacional ni tampoco la más eficiente, pero para ciertos usuarios era mucho más lógica que las variantes 1.9 TDI. La velocidad máxima, por ejemplo, era de 196 km/h y los 1.000 metros desde parado los completaba en 32,7 segundos. El consumo medio, según la revista Coche actual, era de 8,6 litros y por un precio de 2.880.000 pesetas, era uno de los más baratos de su clase.
Javi Martín
Si me preguntas de donde viene mi afición por el motor, no sabría responder. Siempre ha estado ahí, aunque soy el único de la familia al que le gusta este mundillo. Mi padre trabajó como delineante en una empresa metalúrgica con mucha producción de piezas de automóviles, pero nunca hubo una pasión como la que puedo tener yo. También he escrito un libro para la editorial Larousse sobre la historia del SEAT 600 titulado "El 600. Un sueño sobre cuatro ruedas".COMENTARIOS