Me permito introducir ejerciendo periodismo de periodismo, porque creo que en esta ocasión lo vale. Suscribo a una observación de Robert Ross, de Robb Report, sobre el Chevrolet Bel Air de segunda generación, el de1957, para ser exacto: “el modelo sigue siendo tan genial hoy como cuando se fabricó”, opinó, tomando como referencia un colorido ejemplar subastado por la casa RM Sotheby’s en 2023 a cambio de 88.000 dólares. Suscribo, pero voy un poco más allá: no solo un Bel Air, sino un coche de su tipo, de esa época, sea ese modelo o un Impala, es en realidad tan genial hoy como cuando salió a las calles.
Claro, el grado de genialidad va en aumento dependiendo de los contextos. En los Estados Unidos, que estén más a la orden del día no significa que no reciban el respeto que se merecen. En definitiva, no dejan de ser piezas maestras, pedazos de historia, objetos preciados porque ya no se hacen cosas así. Ahora bien, poner un Chevrolet Bel Air del ’57 en perfecto estado y en regiones donde no es habitual verlos a diario –aunque sí pasan sus días en talleres de aficionados y esperan su momento de ver el sol en alguna que otra exposición– enaltece su presencia.
Pero hasta allí no llegan los límites de la genialidad, porque este tipo de coche, en esas tierras acostumbradas a otros modelos americanos que han sabido establecerse y transferirse entre generaciones, debe ser entendido como una suerte de santo grial, por la familia específica de la que forma parte y por el atractivo que no se ve, pero se siente: un por entonces novedoso sistema de inyección de combustible, tomado por decantación en su tiempo por haber sido desarrollado para el Corvette a partir de 1957, porque fue expandido finalmente al resto de la gama de producción de Chevrolet.
Entonces, lo primero a destacar es el privilegio que significa contar con un Bel Air del ’57, es decir, uno de los primeros Chevy con inyección de combustible. Si, como en el caso de ese ejemplar convertible subastado en 2023, el desplazamiento es el mayor de todos los niveles de serie que la General Motor ofrecía ese año, el privilegio es todavía mayor. Me refiero al de 283 pulgadas cúbicas del V8 small-block, que generaba de serie hasta 220 caballos, cifra notable para su época.
Hablaba en líneas anteriores de familia específica. Esa era la que el Bel Air integraba junto a otros protagonistas de la célebre tanda Tri-Five, una serie de coches que Chevrolet lanzó entre 1955 y 1957, en la que el Bel Air acompañaba a otros modelos de renombre como el Chevy 150 y el Chevy 210. En lo técnico, diría que estos dos acompañaban al distinguido Bel Air, porque era este último la variante superior, la oportunidad de obtener un sedán, cupé, convertible o incluso wagon –ya sea con dos o cuatro puertas, dependiendo de la carrocería– con características que solamente el Bel Air podía presumir.
Durante los tres años de la saga Tri-Five, el Bel Air fue el que recibió la mayor cantidad de especificaciones de serie. Esto incluía una cantidad de molduras exclusiva para esta versión, la mayor cantidad de acabados interiores, de cromados exteriores y elementos que hacían a la comodidad, el avance y el status del modelo, como un reloj eléctrico, alfombrado en el piso y apoyabrazos. Para el de 1957, notarán en las fotos cómo ciertos detalles en dorado fueron añadidos. Definitivamente, tener hoy un Chevrolet Bel Air de 1957 constituye todo un privilegio. Encontrarse uno, por qué no, también.
Mauro Blanco
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