Quien no conoce su historia está condenado a repetirla. No es la primera vez que nos enfrentamos a una crisis galopante, hubo varias en los años recientes, sin ir muy lejos la que estalló en 2008. Fue un tsunami financiero que llegó desde Estados Unidos y que acabó impactando en la economía de todo el mundo, casi siempre para mal. Acordémonos de qué pasó entonces.
Las cuentas del Estado van a ser insostenibles pronto, si es que no lo son ya. Las imágenes de colas de gente para recibir comida empiezan a ser una realidad y todavía no somos consciente del daño que ha tenido en la economía el confinamiento. Hablo de la economía real, la que nos afecta a todos, no la que afecta a señores que se fuman los puros con trajes de Armani y viajan en limusinas.
Ante un Estado necesitado de dinero urgentemente para pagar ayudas sociales, prestaciones por desempleo, el coste de los ERTE, material sanitario… se le suma un desplome en recaudación porque cotiza menos gente, se genera menos recaudación por impuestos y encima una de las principales industrias nacionales, el turismo, está al ralentí. Este verano, para bien o para mal, vamos a tener el país prácticamente solo para nosotros. Eso es un cataclismo para una potencia turística como es España.
Pues bien, sabemos de sobra que cuando hace falta conseguir dinero con urgencia hay clásicos que nunca mueren. Después de una primera oleada de medidas que muchos aplaudirán con las orejas, como impuestos a los ricos, a las transacciones financieras o al patrimonio, llegará una segunda oleada que afectará al bolsillo de todos. Ya doy por hecho que nos van a subir el IVA, apuesto por el 23 % por eso del comodín de “los países de nuestro entorno”. La media europea está en el 21,5 %, redondeando.
El automóvil es una víctima recurrente de cualquier sistema impositivo
Cómo no, la compra y tenencia de un coche van a ser penalizadas. Los gurús vaticinaban que cada vez menos gente iba a tener coche en propiedad, que compartiríamos más y diversificaríamos las formas de transporte. Todo ha cambiado, el miedo al COVID-19 no ha desaparecido, y habrá sucesivas oleadas de contagios con la “nueva normalidad”. El transporte público perderá capacidad efectiva para garantizar el distanciamiento físico entre los pasajeros. El transporte privado recuperará protagonismo perdido. Como no lo compense el auge del teletrabajo, los atascos pueden ser peores que antes.
Eso hace que el automovilista sea una presa que no puede escapar durante mucho tiempo
La coalición de partidos que está en el Gobierno, PSOE y Unidas Podemos, no han ocultado en sus programas electorales sus intenciones de gravar al automóvil con impuestos. El más conocido por todos, todas y todes es el “impuesto al diésel”, que no es más que ir equilibrando los impuestos que paga cada litro de gasóleo y cada litro de gasolina. Bastó con insinuarlo para que las ventas de los diésel se hundiesen a niveles de hace 20 años.
También hay que decir que la idea tiene el Copyright del ministro de Economía del PP, Cristóbal Montoro, no fue una ocurrencia del PSOE. Desde Europa se nos decía que había que armonizar la carga fiscal de ambos combustibles. En la oposición el PP hizo lo previsible y se opuso al “impuesto al diésel”, como también lo hizo Ciudadanos, y no hay que ser un nobel para saber que VOX estaría radicalmente en contra. A los políticos no hay que pedirles coherencia, es un esfuerzo inútil, independientemente de su espectro ideológico.
Unidas Podemos ya planteó hace tiempo una remodelación de la fiscalidad para que pagasen más impuestos los vehículos más potentes, más grandes o más pesados, lo mismo que ocurre en países de nuestro entorno, como Portugal, Holanda o Italia, donde no gobiernan precisamente los discípulos de Lenin. Y la fiscalidad hay que remodelarla, ya ha llegado a niveles completamente absurdos.
Recapitulemos brevemente:
- Impuesto de Valor Añadido (IVA): impuesto que grava la compra con un 21 % como carácter general. El PP subió en septiembre el IVA del 18 al 21 % en septiembre de 2012 y las ventas se desplomaron, tuvieron que sacarse de la manga el Plan PIVE para estimular las ventas. Obviamente se paga IVA también al repostar, en los recambios, en la mano de obra de taller, etc.
- Impuesto de matriculación (IEDMT o IM): grava la matriculación en función de las emisiones de CO2 homologadas, la mayoría de los turismos a la venta no pagan al estar por debajo de los 120 g/km. No lo pagan eléctricos ni híbridos enchufables en ningún caso. Este tributo lo cobran las CCAA.
- Impuesto de vehículos de tracción mecánica (IVTM): un tributo que penaliza básicamente la cilindrada y número de cilindros. El Estado marca una tarifa, y los ayuntamientos pueden cobrar entre el mínimo y el máximo lo que quieran. La pasta se va a las corporaciones locales.
- Impuestos de hidrocarburos: penalizan el repostaje si se usan vehículos de combustión interna, pagan más los que usan gasolina, después los que usan gasóleo y, en menor medida, los que usan gas. A estos últimos se les podrían eliminar las bonificaciones, pero siendo una masa de contribuyentes no muy numerosa el efecto en la recaudación no sería muy apreciable y pueden cargarse empleos en cuanto a transformadores, fabricantes de equipo, gasolineras, etc.
- Otros tributos: impuestos al seguro, impuestos sobre electricidad para los que recargan con enchufes, Impuesto de Bienes Inmuebles (IBI) por plazas de aparcamiento, distintivo de estacionamiento regulado ORA/SER, etc. La Generalitat de Catalunya impuso a finales de 2019 un nuevo impuesto que gravará la tenencia de automóviles en función del CO2, igual les copian la idea en otras autonomías.
El aumento del IVA del 18 % al 21 % hundió las matriculaciones y hubo que sacar planes de ayuda a la compra para compensarlo, el Plan PIVE y sus sucesivas prórrogas
Tocar estos tributos lograría aumentar la recaudación, sí, pero también que el mercado de vehículos nuevos se resienta, aumenten las ventas de usados y seminuevos y, en definitiva, seguir incentivando a los españoles a que sus vehículos sigan aumentando su edad media, que es ya estadísticamente un poco preocupante. El parque español es de los más viejos de Europa, lo cual tiene un impacto en la seguridad vial y, como es lógico, en las emisiones contaminantes. Esto es aún peor si el mantenimiento se descuida o se pospone sine die.
A este último respecto, el de las emisiones, antes de la crisis del coronavirus se notaba una presión legislativa para retirar de la circulación los vehículos antiguos por motivos de ecología en las grandes poblaciones, sin entrar a distinguir si se trata simplemente de trastos viejos o de vehículos históricos que apenas se utilizan y han pasado por los correspondientes trámites. Pronto volveremos a oír hablar de lo malo que es el machismo, el CO2 y el azúcar en los refrescos, así como los “coches viejos”, cuando el coronavirus deje de ser la preocupación número 1.
Además, penalizar el automóvil es un dardo directo contra otra de las industrias nacionales más poderosas, el automóvil, del que dependen casi el 10 % del PIB, el 9 % de la población activa (unos 500.000 trabajadores), y cuyos esfuerzos van sobre el 80-85 % a la exportación. No tiene ningún sentido tomar medidas que vayan a tener un efecto neto negativo, pero con los que están al mando ¡quién sabe! Con un poco de suerte, los que asesoren al Gobierno en estas materias no serán filósofos, expertos en ideología de género o electricistas.
Toquen o no los impuestos, es una evidencia tan contundente como la gravedad que este año las matriculaciones van a ser un desastre y podrían ser como las de 2012, unas 700.000 unidades en turismos, o peores. En otras palabras, el peor resultado desde los años 80. Eso significará una caída de ingresos para la Administración, tan necesitada de dinero en un momento de máxima necesidad. Apostad a que vuelve el “debate” sobre el pago por uso en las autopistas para introducirlo -sin lubricante- en nuestras cavidades más recónditas de la anatomía.
Las medidas que se impusieron en Portugal, Grecia o Italia en años recientes deberían hacer que empezásemos a temblar, da igual si gobiernan los hunos (*) o los otros
Sin embargo, el margen de actuación del Gobierno es limitado. Sus alianzas parlamentarias no son fiables ni estables como para cambiar leyes o poner otras, dependen demasiado de fuerzas nacionalistas que están más preocupadas de lo suyo que de cómo le va al resto del país. El centro y la derecha han dado apoyos puntuales, como el apoyo de PP y Ciudadanos para las prórrogas del estado de alarma, pero ni PSOE ni UP pueden contar con ellos.
Llega el momento de mojarse. El Gobierno subirá los impuestos que pueda subir, tendrá que hacer recortes muy impopulares y dolorosos, bien a lo largo de este año, o bien tras la vieja maniobra de convocar elecciones, vendernos la salvación, y al día siguiente sacar la podadora, el cúter y la motosierra para arrasar. Así se hacen las cosas en este país. El que pueda cambiar de coche, que lo haga antes de que cambien la fiscalidad. Mejor malo conocido que malo por conocer.
Consejo diferente daría a los que estén interesados en coches muy concretos y especiales. Los cambios en la fiscalidad provocarán una mayor depreciación, que sus actuales dueños se planteen deshacerse de ellos, y el efecto amplificador de una crisis económica para quien no tenga una buena seguridad en lo relativo a sus ingresos -por el motivo que sea-. Las fases de “purgatorio” (mínimo momento de cotización) se alargarán para unos y se anticiparán para otros, y quien tenga el dinero y paciencia podrá conseguir grandes chollos a costa de otros. No me miréis así, es el mercado y su mano invisible, y esas cosas pasan en las crisis.
Cualquier cambio fiscal debe ir destinado al aumento efectivo de la recaudación, y eso se puede lograr de forma más eficaz reduciendo tributos que aumentándolos, aunque parezca contraintuitivo. Ya está tardando el Gobierno en estimular las ventas de coches nuevos, aunque emitan CO2, antes de lamentarse de que las llamadas clases medias no se pueden permitir comprar coches eléctricos y siguen usando sus viejos diésel para moverse.
Sea como sea, y en cualquier caso, esto no es discutible: estamos bien jodidos, y lo estaremos más.
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Javier Costas
Me gustan los coches desde que tengo uso de razón (o antes). Tras haber conducido más de 400 coches aquí sigo, divulgando y aprendiendo a partes iguales sobre las cuatro ruedas. Vosotros habéis hecho que se convierta en mi pasión.“todos, todas y todes”, lenguaje inclusivo (si es que puede llamar así) acá? Nooo, por favor!
Es irónico, Sergio…
Me imaginé después de darle enviar. Jaja. ??♂️ Que alivio!
Hay unas cuantas ironías en el artículo.
Mientras el mal llamado “lenguaje inclusivo” sea ajeno a la morfología del castellano no lo veremos por aquí.