A lo largo de estos años dedicado a la divulgación de conocimientos sobre el automóvil, he sido injustamente criticado por lo que algunos llaman falta de dedicación a las motos. Mi pasado motero se remonta a muy, muy atrás; no me es ajeno el placer de conducir una moto.
Os cuento: cuando aún no había cumplido los 18 años trabajaba en un taller de Alfa Romeo como aprendiz, en la calle General Pardiñas,13 (Madrid). Entre otros trabajos, preparamos una DKW de 125 y dos tiempos de un vecino del inmueble para el Gran Premio que se iba a celebrar en el parque del Retiro, en lo que se conoce como Paseo de Coches, un trazado peligroso como casi todos los que había entonces.
Trabajamos sobre esa moto, le afinamos el motor y le acoplamos un “tubarro” que hacía más ruido que otra cosa. Paco, mi maestro, salió a probarla, y volvió con el piñón de la directa roto; le gustaba cambiar “de oído” sin accionar el embrague, y la pieza dijo basta en la cuesta de Las Perdices. Logramos conseguir el repuesto desguazando motos del Parque Móvil de los Ministerios -estamos a finales de los años 40- con la colaboración de un cliente del taller que también era militar. Esa noche apenas pudimos dormir.
Aquella carrera fue mi primera oportunidad como aficionado, ya que la presencié desde los boxes con mi flamante brazalete de mecánico. Mi vecino se cayó en la primera vuelta -lástima de moto arreglada- y Juanito Kuzt, con una Moto Guzzi roja y enorme volante de inercia, ganó en la categoría de “fuerza libre” después de realizar una carrera memorable. Unos años después todavía alcancé a disputar con mi barqueta una carrera en cuesta en la que el bravo vasco no terminó por accidente, antes de su retirada definitiva.
Motorista en luna de miel
Me casé muy joven -con 23 años- y ya por entonces me había gastado el poco dinero que ganaba alquilando motos los domingos por 100 pesetas, gasolina aparte. Recuerdo que eran unas Guzzi de color rojo de 65 cc y que la palanca del cambio de tres velocidades estaba a un lado del depósito y terminaba en una bola de madera. En una de esas Moto Guzzi dí una vuelta con mi hermana Marina una mañana de verano por la sierra madrileña y el puerto de la Morcuera. Allá por los cincuenta, esa ruta era de tierra.
Mi “paquete”, cada vez que yo tomaba una curva, inclinaba el cuerpo hacia el lado contrario, presa del miedo. Los dos acabamos en el suelo, y no una, sino varias veces. La excursión terminó entre reproches mutuos. Una pareja en moto debe formar un solo cuerpo, con las rodillas del pasajero pegadas a las caderas del piloto y el pecho apoyado en la espalda. En aquella época caerse no era tan dramático, pero hoy en día los riesgos no son siempre menores.
Mi primera moto fue una Vespa y llegó justo al casarme, recién llegado de un viaje por Andalucía con un acaudalado alemán de menos de 20 años para el que trabajé de chófer. Con esa moto realicé un viaje a Alicante ida y vuelta a Madrid con mi joven esposa. Para el español medio, la moto fue el medio de transporte más popular antes de que el SEAT 600 tomase el testigo.
En realidad, no fue mía en un primer momento. El cliente alemán en cuestión, después de numerosos dispendios en nuestro mencionado viaje profesional, se la había comprado en un concesionario de la calle Alcalá con todos los extras y el sidecar, en la víspera de mi enlace. Una vez volvimos mi esposa y yo, nada supimos de él, supuse que había entrado en bancarrota y regresado a su país. Simplemente, desapareció. De este personaje conservé esa Vespa hasta que se cayó a pedazos, y un abrigo de cuero verde usado por algún general en la Segunda Guerra Mundial.
A partir de esa época serían incontables las experiencias que a lo largo de mi vida profesional he estado ligado a las motos. Por poner un solo ejemplo, en las Islas Canarias colaboré con el representante de Honda a finales de los 70 y no iba a ninguna parte si no era en moto.
El veneno de la moto, de alguna forma, es como la adicción al tabaco que, cuando ya lo has dejado, si repites, vuelves otra vez a fumar
Enviado especial por mi cuenta
Cuando ni siquiera se había pasado por mi cabeza el hacer periodismo en las carreras de coches, me financié el viaje a algunos Grandes Premios en España e Italia para ver al inolvidable Ángel Nieto y al gran Agostini. Desde aquellos días, hasta hace dos años, cuando vendí -con todo el dolor de mi corazón- mi autocaravana y mi última moto, una Honda MSX 125, no ha habido un solo periodo de mi vida que no haya conducido toda clase de motos. La pequeña Honda me permitió tener sensaciones de GP sin pasar de 90 km/h, a mi edad las cilindradas superiores ya me estaban vedadas.
Ahora que ya no puedo con ellas surge una promoción para adquirir una Harley-Davidson, uno de mis fallidos deseos que sé que nunca podré hacer realidad. Y para colmo, me paro más a mirar motos aparcadas que chavalas de buen ver.
Cuerpo y vehículo, una sola pieza. Sentir el depósito entre los muslos. Los pies ligeramente abiertos hacia afuera. Las deceleraciones y reducciones con un ligero toque a la manilla del embrague que ni siquiera llega a desplazarse; el cambio se produce gracias a la sincronización y el oído. Una tumbada perfecta por la cuerda para enderezar el cuerpo y salir con gas de la curva, el viento, la sensación de libertad…Para un amante de la velocidad existen pocas emociones como la de conducir una buena moto
Sí, pero…
No hace falta decir que la seguridad de un vehículo de dos ruedas es potencialmente menor que si conduces sobre cuatro. En ambos casos todo lo que te une al suelo son dos puntos del neumático de unos diez centímetros cuadrados -aproximadamente- y que toda la adherencia gravita sobre ellos.
Son muchos los consejos que podría darte, pero me voy a decidir por dos que considero fundamentales: el primero es que si decides a ser motorista comiences por poca cilindrada y que sepas para qué la quieres. Si tienes el carné A2, antes de pasar a mayores, en mi opinión las de 600 cc son el mejor escalón para pensar en las superiores a 1.000 cc cuando se levante la limitación de dos años y te lleves el carné A. No creo necesario recordarte el casco y la indumentaria adecuada, aunque en imágenes de hace 40 años me vieses solo con una gorra.
El segundo consejo es que, en la circulación, el automovilista muchas veces no ve al motorista, por lo tanto eres tú el que debe permanecer atento olvidándote de “tu derecho”. Los cementerios están llenos de motoristas por hacer valer “sus derechos”.
En cualquier caso, hoy día existen ya muchos modelos con un equipamiento de seguridad impresionantes comparados con los que yo conocí hace ya muchos años: frenos de disco delanteros y traseros, ABS, control de tracción y otros sistemas que están en camino.
Si eres prudente, si eres amante de la velocidad y no pretendes desde el primer momento emular a Marc Márquez, disfrutarás de esta maravillosa afición durante muchos años. Si aún no te has decidido, no olvides visitar nuestro portal espíritu RACER moto.
En mi caso, existen pocas cosas que me hayan producido dosis tan altas de adrenalina.
¡Quién se atreve a decirme que no me gustan las motos!
Paco Costas
Paco Costas
He dedicado toda mi vida profesional al automóvil en todas sus facetas. Aprendiz de mecánico en mi infancia, industrial del ramo y piloto aficionado, inicié mis primeros pasos en el periodismo en las páginas del motor del Diario de Ávila. Mi gran pasión personal han sido las carreras de Fórmula 1 que he seguido durante 25 años para diversos medios.Buen viaje, Maestro.
Mi más sentido pésame a la familia.