Hubo una época, muchos años antes de crearse la Fórmula 1 actual, en la que los pilotos de carreras, cuando salían de su casa para participar en una prueba, jamás sabían si volvería con vida. Los riesgos de accidentes mortales eran tan altos que se consideraba a estos héroes figuras míticas rodeadas de un halo trágico que, sobre todo entre las mujeres, ejercían una atracción especial.
Las vidas de muchos de ellos estaba rodeadas de historias románticas en las que el sexo y las grandes celebraciones eran una parte de la gloría del vencedor. En el caso del gran piloto italiano Achille Varzi, no solamente hubo una gran pasión, sino que las drogas convirtieron su vida en un infierno que acabó con su vida en un trágico accidente.
Cuentan las crónicas que Varzi, nacido en Galliate -un pueblo de Italia- en agosto de 1904 de una familia de ricos industriales, fue el paradigma del piloto frío y distante. Meticuloso con su aspecto personal y fino en su estilo de conducir, maniático en su forma de vestir y actuar y en todo aquello que tocaba, también se daban en él, el orgullo, el cálculo, el coraje y una gran dosis de sangre fría. Sus ojos penetrantes y acerados, de un azul gris profundo, contribuyeron a extender su fama de hombre con una voluntad de hierro que le hicieron muy popular entre las mujeres. Una de ellas fue probablemente la causa de su ruina moral y quien sabe sí también de su muerte.
Sí tuviésemos que analizar a cualquiera de aquellos héroes de los treinta, Varzi era sin duda el arquetipo. Su retrato nos muestra a un hombre joven de rostro serio y gesto contraído, con un eterno cigarrillo entre los labios. Su pelo era de un negro intenso, siempre peinado hacia atrás, con una bien definida raya al medio y abundante brillantina; el casco de cuero, un pañuelo alrededor del cuello y las gafas colgadas sobre el pecho, completaban la imagen inconfundible del gran piloto italiano.
Se cuenta de él que se ponía el mono blanco como si se vistiese con un frac. En una vieja foto, en una carrera de bicicletas entre pilotos, le vemos con corbata mientras el resto de sus compañeros llevan la ropa adecuada a las circunstancias.
Como vengo repitiendo, no es intención de estas memorias salirme de los encuentros y experiencias que viví personalmente, pero resulta muy difícil escapar al deseo de contar hechos y hazañas de las que supe gracias a los muchos años relacionado con el mundo de las carreras, en los que el contenido humano de los personajes que en su día los protagonizaron, superan en ocasiones su peripecia profesional para convertirse, como en este caso, en una trágica historia de amor y droga que acabó llevando a sus protagonistas a la destrucción y la muerte.
A lo largo de la carrera profesional de Achille Varzi, destaca, sobre todo, su permanente rivalidad con Nuvolari, que llegó a dividir a los aficionados italianos entre “varcistas” y “nuvolaristas”. Pero su peor y más peligroso rival no fue el bravo mantuano; su más terrible enemigo se cruzó en su camino en el mejor momento de su carrera y sólo pudo superarlo casi al final de su vida con un tremendo esfuerzo de voluntad, después del marasmo y de los fracasos en los que le había hundido la morfina.
La relación entre estos dos colosos comienza en 1928. Nuvolari, que ya tenía 36 años, compró un Bugatti, se lanzó a crear su propia escudería y al primero que llamó fue a Varzi, que sólo tenía 24 años y que, como él, también provenía del motociclismo. En el primer año, el discípulo empezó a pisarle los talones al maestro y pronto los dos hombres comenzaron a no soportarse. Sin embargo, nunca nadie ha podido probar que sus diferencias fueran más allá de lo puramente deportivo. En cierta ocasión, un grupo de aficionados quiso empujarles a un desafío en Monza, a lo que Nuvolari se negó diciendo que “Ninguna alegría podría obtener perdiendo uno u otro y probablemente nuestra amistad se acabaría. ¿Vale la pena?”
En 1930 los dos pilotos coincidieron en Alfa Romeo, pero esto en lugar de unirlos los separó aún más
Y llega 1933 con la apasionante carrera de Mónaco, un espectacular duelo entre los dos grandes ases que se mantuvo durante 99 de las 100 vueltas de la totalidad de la prueba. Era la quinta vez que tenía lugar el gran premio en el Principado y había 100.000 espectadores abarrotando el sinuoso trazado urbano.
La carrera, desde el principio, se convirtió en una lucha suicida entre los dos. El resto de los participantes desapareció del interés del público que, dividido entre los dos grandes pilotos, gritaba enloquecido cada vez que uno de ellos lograba superar al otro. El cambio de posiciones en el primer puesto era constante entre el rojo Alfa Romeo de Nuvolari y el Bugatti azul de Varzi. La lucha se mantuvo hasta que, faltando una sola vuelta, el Alfa rompió un pistón cerca ya de la meta, y el piloto, desesperado, empezó a empujar el coche. Un comisario, que vio salir humo del motor, le ayudó pensando que se iba a producir un incendio. Nuvolari fue descalificado y Varzi entró vencedor en la meta provocando el delirio de sus seguidores.
Aquel mismo año, en Trípoli, se volvió a repetir la escena y Varzi se impuso otra vez a Nuvolari por décimas de segundo
Por entonces la industria del automóvil en Italia estaba pasando por un momento difícil y los coches italianos tuvieron que ceder el paso ante la pujante fuerza de los coches alemanes Mercedes y Auto Union que, con la ilimitada ayuda del gobierno de Hitler, dominaban las carreras. Varzi recibió entonces una atractiva oferta económica de Auto Union y pasó a formar parte del equipo alemán. La afición italiana vio con muy malos ojos lo que consideró una traición, pero el piloto sabía que la última versión del Auto Unión tipo C, de cinco litros, 375 caballos y una velocidad punta de 295 kilómetros por hora, creado por el ingeniero Ferdinad Porsche, era un coche ganador.
En la víspera de una carrera en Italia, la escudería alemana estableció su cuartel general en el Gran Hotel de Saboya de Milán, y fue en el hall, donde Varzi, según los testigos de la escena, conoció a la alemana Ilse Ubach, una mujer de extraordinaria belleza, casada con un piloto privado, Paul Pietsch, que también corría con Auto Union. Cuentan que Varzi, al verla, sufrió lo que los italianos describen como “un colpo de fulmine” (un flechazo). Semanas más tarde volvieron a encontrarse en vísperas de la carrera de Eifel en Nürburgring, y comenzaron entonces una relación que coincidió con el vertiginoso declive deportivo y personal de Varzi.
En los años siguientes, Varzi se gastó una fortuna y vivió un auténtico infierno, esclavo de la morfina y bajo el fuerte dominio de Ilse, su gran amor. Habían transcurrido cuatro años desde aquel primer encuentro en Milán; la alemana fue obligada a dejarle, y Varzi, con el apoyo de sus amigos y de su familia, en un colosal esfuerzo de voluntad, después de pasar por diversos centros de rehabilitación, consiguió por fin ver la luz y encontrar otra vez su perdída autoestima.
Ilse volvió a casarse con un hombre de negocios alemán, pero antes, según los que siguieron de cerca la triste historia de ambos, había intentado suicidarse en un hotel de Montecarlo.
Nunca se sabrá como fue: Varzi se mató en accidente. La Gazzetta dello Sport, del 2 de julio de 1948, lo contó así: “Achille Varzi tenía como compañeros de equipo en Alfa Romeo a Trossi y a Wimille. Cuando se dio la salida, le seguía a poca distancia el campeón francés Chirón con un Talbot y con Trossi en cuarta posición. Parece que cuando Varzi encaraba una de las primeras curvas, después del descenso del bosque, su coche continuó derecho, patinó, dio dos vueltas sobre su eje, volcó y cayó finalmente sobre el infortunado piloto. Chiron paró inmediatamente, pero Varzi yacía ya exánime, su final fue inmediato.”
Paco Costas
Paco Costas
He dedicado toda mi vida profesional al automóvil en todas sus facetas. Aprendiz de mecánico en mi infancia, industrial del ramo y piloto aficionado, inicié mis primeros pasos en el periodismo en las páginas del motor del Diario de Ávila. Mi gran pasión personal han sido las carreras de Fórmula 1 que he seguido durante 25 años para diversos medios.COMENTARIOS