Packard: del cielo al olvido

Packard: del cielo al olvido

¿Podía fracasar la Tesla de su época?


Tiempo de lectura: 8 min.

Si te digo Packard, igual piensas en fotos antiguas, cromados que cegaban y limusinas de otra época de las que se bajaban señoras a lo Marilyn Monroe. Eso está muy bien porque la mayoría piensa en un ordenador, así que bien hecho, pero la historia es más sucia y más jugosa: Esta historia, como todas las buenas, nace de un pique, de un “no hay huevos” dicho con sorna y de un tipo con gafas y mecha corta llamado James Ward Packard que, tras recordar a toda la extirpe del fabricante de su Winton, decidió hacer su propio coche porque a él nadie le iba a tomar el pelo. ¿Te suena? Es la misma chispa que más tarde encendió a Lamborghini.

Dicho y hecho. En 1899, en Warren (Ohio), circuló el primer Packard. Desde ahí la cosa ya tomó vidilla: dinero, talento, la mudanza a Detroit en 1903 gracias a unos tipos con más cheques que escrúpulos, y ahí empezó la carrera. Packard no iba a ser otra marca; iba a ser la referencia… y durante décadas lo consiguió.

Los comienzos: un pique que creó una marca

¿Por qué empezamos con el pique? Porque es la mejor anécdota: James compra un Winton, el coche se rompe una y otra vez y Winton viene con el clásico comentario bocazas del que te manda a freír espárragos. ¿Resultado? El de siempre. Puede que Packard desapareciese, pero Winton no la conoce ni Dios ya. Punto. Es una historia sencilla, y de estas que nos encantan porque van de demostrar, superar, y trastear hasta triunfar.

En 1903 la fábrica se traslada a Detroit porque allí estaban los proveedores, las piezas, la masa crítica de talento mecánico. Era el Silicon Valley de su época y marcaba la diferencia entre un artesano local y un fabricante con ambición internacional. Packard iba encaminado al lujo, pero con la precisión en su ingeniería de un relojero suizo.

Winton Model 17 S 7 Passenger Touring de 1912

Esto es un Winton Model 17 S 7 Passenger Touring de 1912

El eslogan “Ask the man who owns one” (Pregunta al que tenga uno) no nació por casualidad. Es que funcionaba porque, si algo tenía Packard, era clientes satisfechos que no dudaban en presumir de su nuevo coche en los salones de los clubs, copa de brandy en mano.

La rivalidad con Cadillac y Lincoln fue una realidad, sí, pero Packard se defendía porque donde Cadillac tenía músculo financiero con GM; Packard tenía músculo técnico y cierto aire de taller de alta costura. Esa mezcla les daba una personalidad propia, y la personalidad vende incluso hoy. Es más, un Packard antiguo despierta más respeto que mucha berlina moderna bien publicitada.

Oro y mecánica: lo técnico era también glamour

Si nos ponemos metafóricos, Packard fue de los que tocaban de oído y de cabeza, y se nota en que lanzó el Twin Six en 1915, o sea que logró el V12 de producción antes que muchos porque buscaban suavidad, par y silencio. Hablamos de unos motores que giraban tan redondos, tan firmes que, para quien los probó, eran casi música celestial.

Además, introdujeron el volante moderno, los frenos a las cuatro ruedas antes de que se pusieran de moda, limpiaparabrisas dobles… eran pequeños grandes detalles que, sumados, daban esa sensación de estar en el año 2000… a principios del siglo 20. ¿Resultado? Los clientes siempre repetían porque las pequeñas comodidades marcan la diferencia cuando pasas muchas horas en el asiento.

Packard Twin Six Cloverleaf Runabout de 1916

Packard Twin Six Cloverleaf Runabout de 1916

La carrocería era un tema aparte literalmente, y es que ahora sí que no acertarás si te menciono a LeBaron, Dietrich, Fleetwood… que son nombres que hoy suenan a boutique de lujo, pero que entonces eran la élite del carrocero. Si a eso le sumas un interior donde no cruje nada y una caja de cambios con patrón en H que era una obra de arte de su era, tienes la receta del lujo hecho automóvil.

En los años 20 y 30 Packard lo tuvo casi todo: prestigio, pedidos, clientes VIP. Hollywood, diplomáticos, reyes (sí), magnates… Ser dueño de un Packard era llevar una tarjeta de presentación con motor. Pero el prestigio de una marca es como un motor: siempre exige mantenimiento; no basta con haber sido el mejor.

Motores de guerra y gloria inesperada

La Segunda Guerra Mundial cambió muchas vidas y muchas fábricas. Packard dejó de lado (temporalmente) la cosmética y se puso con lo serio: los motores Merlin bajo licencia. Sí, los mismos Merlin que alimentaron Spitfire y el Mustang P-51. Es decir, Packard estaba fabricando el corazón de cazas que marcaban el rumbo de la guerra. Del pique con el tipo aquel, a los piques de ases en los cielos en sólo 40 años.

Esa etapa les dio una credibilidad técnica a prueba de bombas (literalmente) y también pasta a raudales, contratos y prestigio militar. Pero la fama y caja no garantizan éxito comercial a largo plazo.

Packard 120 Sport Coupe

Packard 120 Sport Coupe de 1935

Cuando la guerra terminó, la demanda cambió de golpe. El consumidor estadounidense quería futurismo: aletas, colores, sensaciones de la era espacial. Packard volvió con buenos coches, sí, pero también con la sensación de que no había abrazado del todo la nueva estética del espectáculo automotriz. Packard empezaba a quedarse atrás.

Ya no bastaba con ser técnicamente impecable. Había que vender imagen, red, precio y servicio. El automóvil llegaba a su segunda oleada de popularización, y ahí, frente a GM y Ford, Packard representaba una era pasada.

La decadencia: orgullo y una fusión mal elegida

El error fatal no fue uno solo y catastrófico, pero sí una cadena de malas decisiones con un clímax: la fusión con Studebaker en 1954. Sobre el papel, eran dos pequeños aliados contra los gigantes; en la práctica, una unión con más lastre que ventaja. Studebaker estaba peor de lo que parecía y arrastró a Packard al abismo. Es un clásico: te asocias para abrir un bar y descubres tarde que tu socio le mete a la priva.

Tuvieron que trasladar producción, recortar, intentar vender volumen con modelos como el Clipper… todo eso erosionó la identidad de marca de lujo de Packard. Hablando en plata: Ver un Studebaker de 1957 con el emblema de Packard era como ver hoy un MG con la chapita de Bugatti.

Packard Caribbean Custom Convertible de 1956

Packard Caribbean Custom Convertible de 1956

Los últimos Packard de verdad salieron en 1956. Después llegaron los famosos “Packardbakers” (nombre cariñoso para una desgracia industrial), que eran coches que ni estaban aquí ni allá y que no convencían ni al coleccionista ni al comprador corriente. La marca, que había sido sinónimo de excelencia, quedó desdibujada irremediablemente.

En 1958 desapareció el nombre en completo silencio, sin epitafios solemnes. Fin. Queda, eso sí, un legado a la altura de su mito, porque sus coches hoy valen fortunas en subastas y se exhiben en museos que guardan la memoria y un ejemplo claro de cómo una marca puede caer por no leer al mercado, no definirse, y, sobre todo, por casarse mal.

Las lecciones para frikis de los coches y fabricantes

¿Qué aprendemos, además de que la terquedad sirve para crear grandes cosas? Primero: que la chispa de una gran marca muchas veces viene de un “no hay huevos”. Packard lo tuvo; Lamborghini también. Eso explica por qué a veces las marcas más interesantes nacen de enfados y de orgullo mal canalizado.

Segundo: ser el mejor en técnica no basta. Hay que ser el mejor en red de servicios, en visión de mercado, en contar historias que vendan. Packard falló en el cambio de discurso y lo pagó caro. Tercero: las relaciones pueden salvarte o hundirte. La de Studebaker-Packard es un manual de lo que no hay que hacer: pensar que toda unión suma.

Y cuarto, una marca que intenta ser todo a la vez acaba perdiendo el norte. Packard dejó de ser el referente del lujo artesanal para convertirse en una sombra de sí misma, y ahí es donde terminó su caída, porque lo que mantiene viva a una marca no son las modas ni las fusiones, sino ser fiel a lo que la hizo grande. El día que renuncias a tu identidad (seas marca de coches o persona física), ya estás muerto, aunque creas que no.

Packard fue cielo (técnica sublime, clientes pudientes que adoraban sus coches) y luego olvido (malas decisiones y coches olvidables). Es una historia humana, con orgullo, gloria y soberbia. Como buena historia humana, tiene moraleja: el que gana hoy puede perder mañana si olvida quién le compra y por qué. ¿Te suena? Seguro que puedes escribirnos en los comentarios alguna marca actual en un viaje similar al de Packard. Ya sabes que la historia nunca se repite, pero sí que rima.

COMPARTE
Sobre mí

Jose Manuel Miana

Ando loco con los coches desde que era pequeño, y desde entonces acumulo datos en la cabeza. ¿Sabías que el naufragio del Andrea Doria guarda dentro el único prototipo del Chrysler Norseman? Ese tipo de cosas me pasan por la cabeza. Aparte de eso, lo típico: Estudié mecánica y trabajé unos años en talleres especializados en deportivos prémium.

COMENTARIOS

avatar
2000
  Suscribir  
Notificar de


NUESTRO EQUIPO

Pablo Mayo

Ingeniero de profesión, la mayor pasión de mi vida son los coches desde que era un chaval. El olor a aceite, gasolina, neumático...hace que todos mis sentidos despierten. Ahora embarcado en esta nueva aventura, espero que llegue a buen puerto con vuestra ayuda. Gracias por estar ahí.

Javi Martín

Si me preguntas de donde viene mi afición por el motor, no sabría responder. Siempre ha estado ahí, aunque soy el único de la familia al que le gusta este mundillo. Mi padre trabajó como delineante en una empresa metalúrgica con mucha producción de piezas de automóviles, pero nunca hubo una pasión como la que puedo tener yo. También he escrito un libro para la editorial Larousse sobre la historia del SEAT 600 titulado "El 600. Un sueño sobre cuatro ruedas".

Alejandro Delgado

Jesus Alonso

Soy un apasionado de los coches desde que era muy pequeño, colecciono miniaturas, catálogos, revistas y otros artículos relacionados, y ahora, además, disfruto escribiendo sobre lo que más me gusta aquí, en Espíritu RACER.

Javier Gutierrez

Mauro Blanco

Veo arte en los coches y en sus diseños una potencia que va más allá de las cifras. Ex conductor de Renault 12 rojo modelo 1995 de épicos e imprevisibles episodios, al que recuerdo por la hostilidad de su volante, pero, sobre todo, por nunca haberme dejado en el camino.

Jose Manuel Miana

Ando loco con los coches desde que era pequeño, y desde entonces acumulo datos en la cabeza. ¿Sabías que el naufragio del Andrea Doria guarda dentro el único prototipo del Chrysler Norseman? Ese tipo de cosas me pasan por la cabeza. Aparte de eso, lo típico: Estudié mecánica y trabajé unos años en talleres especializados en deportivos prémium.