Hay una especie de conductores que bosteza al volante mientras recorre los monótonos trayectos diarios. Sus coches, muchas veces deportivos de una gama bastante más alta de lo que exige su trayecto al trabajo, se arrastran por atascos interminables como leones enjaulados en un zoológico urbano. Cuando llega el fin de semana, algo cambia. Los motores se despiertan, las suspensiones se tensan y los neumáticos perfilados buscan asfalto virgen: llegan los trackdays.
En las dos últimas décadas, estos han pasado de ser un raro ritual para entusiastas con mucho dinero y tiempo libre a convertirse en eventos masivos, donde desde el propietario de un Clio RS hasta el dueño de un Ferrari 488 GTB comparten pista, adrenalina y muchas veces almuerzo. Es un fenómeno transversal donde conviven el ingeniero de 45 años que busca mejorar su tiempo por vuelta, con el joven influencer que sólo quiere grabar un buen reel para su TikTok.
El trackday es una fusión extraña de la pasión por conducir con la sensación de libertad que el tráfico moderno ha enterrado bajo toneladas de normas, radares y semáforos sincronizados para la desesperación. Mientras ciudades se vuelven hostiles al automóvil privado y las autovías se pueblan de radares con más asiduidad que gasolineras, los circuitos aparecen como los nuevos oasis de placer de conducir. Aquí no hay peatones despistados, ni límites de velocidad absurdos, ni ese constante miedo al helicóptero de la DGT acechando desde el aire.
Los orígenes del Trackday: del club privado al fenómeno de masas
Estos eventos tienen su origen en los clubes de motor británicos de mediados del siglo XX. Aquellos aristócratas del motor, con sus Jaguar, Aston Martin o Lotus, organizaban jornadas privadas donde exprimir sus máquinas lejos de la mirada de la policía. Eran eventos exclusivos y con el paso de las décadas se ha ido democratizando. Primero llegaron los clubes de marcas, luego los eventos organizados por los propios circuitos, y finalmente las empresas especializadas que ofrecen jornadas llave en mano, con inscripción online, seguros incluidos y fotografía de recuerdo para las redes.
La globalización del automóvil deportivo accesible ha sido clave y también lo mismo con los videojuegos de simulación como Gran Turismo o Asseto Corsa han creado legiones de pilotos virtuales que llegado el momento, quieren probar en carne propia la experiencia de atar un ápex real.
Hoy, cualquier aficionado con unos pocos de cientos de euros pueden vivir durante unas horas su fantasía de ser piloto. Eso sí, el café en el paddock ya no lo sirven mayordomos con guantes blancos, sino foodtrucks con flat White y hamburguesas gourmet, que se tiene que mantener el lujo, aunque sea un poco.
Quiénes son los nuevos adictos al circuito
El perfil del participante en estos eventos es tan variado como los coches que se ven en el parking del circuito. Desde el profesional que afina sus reflejos antes de una carrera de resistencia, hasta el padre de familia que se ha comprado un Cayman S como premio a sí mismo tras años de hipoteca y coche diésel.
Están los quemados de siempre, esos adictos al crono que estudian telemetría como quien revisa las notas de su hijo en el colegio. Viven obsesionados con las presiones de los neumáticos, las temperaturas de los frenos y el camber de las suspensiones. Su objetivo no es divertirse, es mejorar. Son los atletas del asfalto.
En el otro extremo está el grupo creciente de influencers y youtubers del motor. Con sus GoPros, drones y cuentas de redes sociales, y buscan graban la mejor derrapada, el salto más espectacular o el susto controlado que cosechará miles de likes. Por otro lado, están los conductores que están hartos del stop and go diario, del carril VAO y de los atascos dominicales camino del centro comercial y para ellos, el circuito es una terapia.
El negocio en torno al trackday
Detrás el auge de los trackdays hay toda una economía que se ha multiplicado como setas tras la lluvia. Los circuitos, siempre necesitados de ingresos fuera del calendario de competiciones profesionales, han visto estas jornadas una fuente constante de rentabilidad. Los organizadores profesionales ofrecen paquetes cada vez más completos, como es el alquiler de boxes, asistencia técnica, monitores de conducción o cronometraje entre otros.
La industria auxiliar no se queda atrás. Fabricantes de neumáticos semi-slicks, pastillas de reno de alto rendimiento, suspensiones ajustables y dispositivos de telemetría venden cada vez más a este público. Hasta los seguros han diseñado productos específicos para cubrir días de circuito, conscientes de que el riesgo es mucho menos que en carretera abierta.
A esto hay que sumarle que hay grandes marcas que también se han adentrado en este fenómeno. Programas como Driving Experience, permiten sus clientes experimentar el verdadero potencial de sus coches bajo supervisión profesional, fidelizando así a clientes que ya no se conforman con la prueba de 30 minutos en concesionarios.
¿Vale todo en el circuito?
El circuito puede estar controlado, pero no está exento de riesgos. No es raro de ver en algunos trackdays una peligrosa mezcla de niveles, con conductores noveles intentando seguir a veteranos experimentados, adelantamientos imprudentes o frenadas apuradas que terminan en trompo. Por eso cada vez más organizadores dividen las tandas por niveles de experiencia y realizan breves briefings obligatorios.
Están quienes critican el carácter elitista que empieza a adquirir el fenómeno. Los precios de inscripción, el coste de preparar el coche, los consumos… También hay cierta preocupación por la teatralización de algunos eventos, donde lo importante no es mejorar como conductor, sino producir contenido espectacular.
Un derrape grabado con drones puede ser viral, pero también muy peligroso. A pesar de todo, las estadísticas muestran que los trackdays bien organizados tienen una siniestralidad sorprendentemente baja. La ausencia de coches en sentido contrario, peatones, ciclistas o camiones, ayuda y mucho.
Trackday, una moda pasajera o una nueva cultura
El futuro de los trackdays parece brillante, aunque no exento de sombras. Por un lado, la creciente hostilidad hacia el coche privado en las ciudades y carreteras puede seguir alimentando el deseo de libertad que ofrecen los circuitos. Cada radar de tramo que se instala, cada peaje urbano suma potenciales nuevos adictos al trackday.
La transición hacia la electrificación plantea preguntas interesantes. Los deportivos eléctricos tienen prestaciones impresionantes, pero su autonomía y peso los convierten en un desafío para las sesiones prolongadas en pista. Aun así, fabricantes como Porsche, Tesla o Rimac ya coquetean con este nicho.
Los avances en simuladores caseros de muy alta calidad, podrían también ofrecer una alternativa para aquellos que no pueden permitirse el coste o el riesgo de la pista real. El factor emocional de sentir la fuerza G real, el olor de los neumáticos y el rugido del motor seguirá siendo irreemplazable para muchos.
Los trackdays son hoy mucho más que un hobby de ricos o quemados, son el nuevo refugio del automovilista moderno, asfixiado por la burocracia vial. Y como suele ocurrir con las modas que tocan fibra emocional, quizá estemos ante el nacimiento de una auténtica subcultura del siglo XXI. Una cultura donde los semáforos están de vacaciones.
Alejandro Delgado
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