Los SUV ya no son el problema. El problema es que todo se parece demasiado

Los SUV ya no son el problema. El problema es que todo se parece demasiado

La culpa ya no es solo del formato


Tiempo de lectura: 7 min.

Los SUV llegaron, arrasaron y acabaron convertidos en el enemigo público número uno. Que si ocupan demasiado, que si pesan como un ferry, que si son la antítesis del placer de conducción… Las críticas, en muchos casos, eran ciertas. Pero lo que empezó como una lucha contra un tipo de coche, se ha quedado corta para describir el panorama actual. El problema ya no es si un coche mide 1,80 de alto o tiene tracción total: el problema es que todo, absolutamente todo, empieza a parecerse.

El auge del SUV fue visto en su momento como una respuesta del mercado a una nueva demanda: espacio, visibilidad y sensación de seguridad (esta última nos daría para un debate largo). Pero lo que en los años 2000 podía parecer razonable, hoy ha degenerado en una estética clónica que afecta incluso a berlinas, compactos e incluso deportivos. Da igual si se llama “coupé”, “fastback” o “crossback”: todo tiene cintura alta, morro macizo y una trasera que podría pertenecer a cinco marcas distintas. Es la dictadura de lo genérico.

Los SUV fueron los primeros en perder personalidad a cambio de funcionalidad, pero no han sido los únicos. Lo preocupante es que ese mismo molde ha contaminado a todo lo demás. El compacto medio ha engordado, los deportivos se han llenado de pantallas mientras se vaciaban de palancas y los urbanos ya no son ni pequeños ni baratos. El “formato SUV” ha mutado en un lenguaje universal de diseño: no es que todos sean SUV, es que todos parecen diseñados como uno.

Ojo, porque no hablamos solo de estética. También en comportamiento, en tacto, en filosofía… muchos coches se han vuelto aburridamente previsibles. Uno ya no distingue al volante si lleva un coche francés, alemán o coreano. Los motores suenan igual (o directamente no suenan), los interiores tienen los mismos menús y la experiencia de conducción está más estandarizada que el tamaño de una lata de Red Bull. No es que se haya muerto el coche pasional: es que se ha jubilado por decreto.

Todo se parece demasiado (1)

El culto al algoritmo

Las marcas ya no diseñan coches para grupos concretos, sino para “todos”. Lo que antes era una mezcla de inspiración, ingeniería y cierto olfato comercial, ahora está subordinado a la lógica del algoritmo: qué vende más, qué tiene más margen, qué gusta más en encuestas anónimas de consumidores que ni siquiera saben si conducen un diésel o un híbrido ligero. ¿El resultado? Unos coches pensados para no molestar a nadie, pero que tampoco emocionan a nadie.

Hay una razón por la que los concept cars son más atractivos que los coches de producción: no están pensados por un comité de marketing. Pueden permitirse excentricidades, atrevimientos, locuras. Luego llega la realidad, y todo se lima: fuera los faros raros, fuera las proporciones imposibles, fuera la trasera con carácter. Al final, lo que queda es otro SUV compacto con parrilla enorme y nombre inventado por una IA que ha leído demasiados catálogos de aerolíneas.

La cosa no mejora dentro. Pantallas, pantallas y más pantallas. Todas con interfaces distintas, pero experiencia idéntica: menús infinitos, botones escondidos y más dependencia del software que un adolescente con TikTok. El minimalismo de Tesla se ha convertido en el referente estético, pero sin su agilidad ni su innovación. Solo queda el vacío: coches cada vez más caros, cada vez más parecidos, cada vez más impersonales.

Lo peor es que el público lo ha comprado. Literalmente. El consumidor medio ya no busca cómo se conduce un coche, sino si se puede conectar el móvil sin usar cable. Valora la etiqueta ECO por encima del agrado de conducción, y la pantalla del salpicadero más que la visibilidad. No es culpa del comprador, sino del entorno: las normativas restrictivas, unas ciudades cada vez más hostiles con el automóvil, y una industria que prefiere vender electrodomésticos con ruedas antes que coches con personalidad.

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Del diseño al disfraz

Una de las cosas que distinguía a las marcas antes era su estilo propio. Un Renault no parecía un Opel, un BMW no se confundía con un Lexus y un Fiat no se acercaba ni por asomo a un Volkswagen. Había lenguaje de diseño, sí, pero también intenciones claras. Hoy todo eso se ha difuminado. Las parrillas se parecen, las proporciones se repiten, y lo único que cambia es la firma lumínica que parece sacada de un catálogo de neones de gamer.

Todo tiene su lógica: plataformas compartidas, ahorro de costes, producción global. Pero el resultado es desolador. Los coches se disfrazan de algo que no son. El compacto se hace pasar por SUV, el SUV quiere parecer coupé, y el eléctrico disimula su sobrepeso con llantas gigantes y líneas deportivas. Es un carnaval continuo donde la personalidad real ha sido sustituida por maquillaje digital.

Antes, los detalles eran importantes. Una moldura, una forma de integrar los pilotos, una curvatura del techo… Todo eso hablaba de una marca, de una tradición. Ahora todo parece pensado para agradar al algoritmo de Instagram: líneas agresivas, colores “elegantes”, superficies limpias. Pero cuando uno se fija bien, todo tiene el mismo patrón de fondo. No hay identidad, solo tendencia.

Lo más sangrante es que incluso los coches que deberían ser diferentes acaban cayendo en la trampa. Los eléctricos tenían la oportunidad de reimaginar el coche desde cero, sin motor delantero, sin túnel de transmisión, sin restricciones clásicas. ¿Qué han hecho? Poner pantallas gigantes, quitar botones, e inventarse frontales falsos. Lo único que se salva es el modo “drift” y con muchos matices.

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¿Y ahora qué?

La buena noticia es que no todo está perdido. Aún hay marcas que intentan salirse del rebaño, diseñadores con personalidad y propuestas arriesgadas que no parecen salidas de una impresora 3D, pero el problema es que cada vez tienen menos espacio, menos recursos y menos margen para equivocarse. La industria no perdona el riesgo, y mucho menos cuando el Excel dice que el SUV medio con acabado “Techno Style” se vende como churros.

También empieza a haber una cierta fatiga en el comprador informado. Ese que ya ha tenido tres SUV, que ha visto que todos se comportan igual y que empieza a echar de menos el encanto de un coche bien hecho, aunque tenga menos gadgets. El regreso del compacto picante, del sedán ligero o del utilitario divertido podría ser más que una anécdota, pero para eso hace falta valentía, y sobre todo ganas de construir coches para conducir, no para navegar por menús.

Quizá el coche pasional no muera, pero sí se esconda en ediciones limitadas, en propuestas de nicho, y en marcas pequeñas que sobreviven a base de entusiasmo. Serán menos, más caros y más difíciles de encontrar, pero seguirán ahí, resistiendo como el vinilo frente al streaming. No como moda vintage, sino como respuesta visceral a una industria que se ha olvidado de por qué nos enamoramos del automóvil.

Al final, esto no va de si un coche mide 1,60 o 1,90 de alto. Va de si al verlo te dan ganas de conducirlo. De si al sentarte, te invita a jugar con el cambio, a escuchar el motor, a tomar una curva por gusto y no por obligación, y eso no lo hace una pantalla de 15 pulgadas ni una parrilla del tamaño de una lavadora. Se logra con el carácter, y de eso, estamos en crisis.

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Sobre mí

Jose Manuel Miana

Ando loco con los coches desde que era pequeño, y desde entonces acumulo datos en la cabeza. ¿Sabías que el naufragio del Andrea Doria guarda dentro el único prototipo del Chrysler Norseman? Ese tipo de cosas me pasan por la cabeza. Aparte de eso, lo típico: Estudié mecánica y trabajé unos años en talleres especializados en deportivos prémium.

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Ingeniero de profesión, la mayor pasión de mi vida son los coches desde que era un chaval. El olor a aceite, gasolina, neumático...hace que todos mis sentidos despierten. Ahora embarcado en esta nueva aventura, espero que llegue a buen puerto con vuestra ayuda. Gracias por estar ahí.

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Soy un apasionado de los coches desde que era muy pequeño, colecciono miniaturas, catálogos, revistas y otros artículos relacionados, y ahora, además, disfruto escribiendo sobre lo que más me gusta aquí, en Espíritu RACER.

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Veo arte en los coches y en sus diseños una potencia que va más allá de las cifras. Ex conductor de Renault 12 rojo modelo 1995 de épicos e imprevisibles episodios, al que recuerdo por la hostilidad de su volante, pero, sobre todo, por nunca haberme dejado en el camino.

Jose Manuel Miana

Ando loco con los coches desde que era pequeño, y desde entonces acumulo datos en la cabeza. ¿Sabías que el naufragio del Andrea Doria guarda dentro el único prototipo del Chrysler Norseman? Ese tipo de cosas me pasan por la cabeza. Aparte de eso, lo típico: Estudié mecánica y trabajé unos años en talleres especializados en deportivos prémium.