Hay una sensación cada vez más difícil de ignorar cuando uno se pasea por cualquier concesionario moderno o se traga los anuncios de Instagram de marcas como BYD, Jaecoo, Chery, MG o Voyah: todos los SUV chinos se parecen. Mucho. Demasiado. Son como esas teles de marca blanca que ves en un MediaMarkt: pantalla grande, diseño resultón, pero fabricadas por la misma empresa bajo diferentes nombres. Seguramente lo peor para un friki del motor es que muchos conductores no se dan cuenta de que estamos entrando de cabeza en una era donde el coche ha dejado de ser un objeto de deseo para convertirse en un electrodoméstico con ruedas.
Cualquiera que haya vivido la década de los 90 (y haya pasado su adolescencia con la Autofácil como si fuera la Biblia) sabrá a qué me refiero. En esa época, cada fabricante tenía un sello propio, un lenguaje de diseño inconfundible, una filosofía de producto que definía su ADN. Los Renault eran raros, pero creativos, los Alfa Romeo eran latinos hasta la médula, los BMW eran precisión bávara sobre ruedas. Todo mientras la tecnología mejoraba a zancadas de gigantes. Hoy, ponle un tapón a los logos de los SUV chinos y nadie sabrá decirte cuál es cuál.
Los chinos han perfeccionado el arte del “parecer sin ser”: mucho LED, pantallón, interior minimalista, asistente virtual con acento de robot simpático… pero cero alma. No hay ni una pizca de herencia, de historia, de carácter. Es todo lo contrario de lo que hace que un coche sea deseado. Lo que han hecho es fabricar algo que cumple, pero que no inspira, y el público ha caído de lleno.

El Mg Marvel R, aunque mantiene ciertos rasgos de diseño típicos entre los coches chinos, se salen un poco de la normal al presentar un frontal que no es completamente liso
Diseño copiado, clonado, multiplicado
El fenómeno tiene un aire de déjà vu constante. Es difícil no mirar un Jaecoo 7 y preguntarse si eso no es un Range Rover Evoque con esteroides chinos. El BYD Seal parece una mezcla de Model 3 con toques del Hyundai Ioniq 6. El MG Marvel R tiene unas formas que recuerdan al Mazda CX-5 pero con grillos en el interior. Es como si hubieran cogido el top 10 de ventas europeo y hubieran hecho un mix con IA mal entrenada.
No es que no tengan capacidad de diseño. Al contrario: muchas marcas chinas han fichado a diseñadores europeos, ex-Audi, ex-Volvo, ex-Mercedes… En algunos modelos se están luciendo para bien, pero da igual. El resultado final de los coches de a pie casi siempre pasa por el mismo filtro corporativo: que no ofenda, que no arriesgue, que guste a todos… y que no destaque por nada.
Tecnología como cebo, no como filosofía
Uno se sienta dentro de estos coches y se siente en una tablet con ruedas. Pantalla central de 15 pulgadas. Paneles táctiles para todo. Cámara 360. Reconocimiento facial. Control por gestos. Conectividad 5G. Vale, muy bonito. Pero ¿y el alma? ¿Dónde está la sensación de estar en algo que ha sido pensado con mimo? ¿Dónde están los detalles mecánicos, los acabados que cuentan historias, las decisiones que hacen que un coche sea diferente del expuesto a su lado?
Los coches chinos ofrecen lo justo para deslumbrar en el escaparate digital. Pero son más superficie que sustancia, como los móviles de gama media con triple cámara y carcasa de “cristal” que en realidad es plástico brillante. ¿Funciona? Sí. ¿Te emociona? No.

Extremadamente vistoso por la presencia de enormes pantallas, pero el interior del Xpeng G9 no destaca por nada en absoluto y si hubiera que definirlo por su diseño, sería, desde luego, soso y poco imaginativo
Materiales de usar y tirar
Otra pista de que estamos ante coches pensados como electrodomésticos está en los materiales. Muchos de estos SUV parecen premium a primera vista, pero en cuanto abres la puerta y hueles el interior, te das cuenta de que es más fachada que fondo. Hay plásticos duros donde debería haber blandos, tapicerías sintéticas que en tres veranos estarán resecas y molduras que crujen en el primer bache.
No hablemos de la durabilidad… porque nadie lo sabe. Las garantías suenan bien en los papeles (6, 7, 8 años, lo que quieras) pero otra cosa es ver cómo envejecen realmente estos coches. ¿Qué pasará cuando la batería empiece a decaer? ¿Habrá recambios? ¿A qué precio? ¿En qué taller? ¿Habrá talleres fuera de Madrid o Barcelona que sepan lo que tienen entre manos? Porque muchos de estos coches llegan antes que la infraestructura para mantenerlos. Y si algo casca, cruzamos los dedos para que no haga falta un software propietario o una centralita traída desde el otro lado del mundo. Es el coche como bien de consumo rápido. Se usa unos años y se cambia. Como una lavadora. Como un móvil. Como todo lo que ya no valoramos como antes.
El coche ya no es un sueño
En los 90, tener coche era símbolo de independencia, y un símbolo de personalidad. Incluso los utilitarios tenían algo especial. ¿El AX GT? Un cohete de bolsillo. ¿El Ibiza GTI? El sueño de cualquier chaval con carnet recién sacado. Hasta un simple Golf III tenía estilo, historia y una comunidad detrás. Hoy… ¿Quién sueña con un BYD Song Plus?
Ojo, que no estamos hablando solo de coches chinos. Esto es una tendencia global, pero ellos la han llevado al extremo. Han entendido que mucha gente ya no quiere un coche con personalidad, sino una herramienta que les lleve del punto A al B, sin ruido, sin gasto, y con muchas lucecitas.

El BYD Seal es una berlina que apunta, directamente, al Tesla Model 3 y del que, a grandes rasgos, toma inspiración para su diseño
La trampa del precio y la tecnología
Aquí es donde los chinos están jugando la carta ganadora: por el precio de un SUV generalista europeo con equipamiento medio, te llevas un SUV chino con todo. Asientos calefactados, pantallón, cámaras por todas partes, radar de crucero adaptativo, y un acabado que, a primera vista, cuela como premium. Pero es un espejismo, porque detrás hay recorte de costes brutal, materiales de menor durabilidad, postventa escasa y una red de distribución que aún está verde.
Es como cuando te compras una tele “Smart” de 55 pulgadas por 299 € y a los seis meses empieza a ir lenta. Con estos coches pasa algo parecido: cumplen en el momento de la compra, pero envejecerán como yogures al sol.
Fabricados para todos, diseñados por nadie
Quizás el gran pecado de estos coches es que no están diseñados para nadie en particular. No hay una filosofía detrás, ni tampoco hay una cultura automovilística que los respalde. Son coches que podrían venderse igual en Noruega, en Arabia Saudí o en México. Cambias el volante de lado y listo. No hay ningún guiño al conductor europeo, ninguna referencia a nuestras carreteras, a nuestro gusto por la conducción.
Eso los hace impersonales, intercambiables, y olvidables.

El Jaecoo 7 es un éxito de ventas y, además, posiblemente sea uno de los SUV chinos con más personalidad gracias a esa enorme calandra y a sus formas cuadradas. Por cierto, el nombre de la marca se pronuncia “Ya-E-Ku”
¿Es esto el futuro?
Por desgracia, sí. Para la mayoría del público, lo importante será el equipamiento, el precio, el consumo. Pero para los que amamos los coches, los que crecimos soñando con ellos, esto es una pesadilla con forma de SUV.
Nos estamos quedando sin coches que digan algo. Sin modelos que definan una era. Sin fabricantes que apuesten por el diseño con mayúsculas, por la ingeniería como arte, y por la conducción como experiencia.
El alma no se imprime en 3D
Los SUV chinos son el resultado lógico de un mercado donde todo se estandariza, todo se mide por cuotas y donde la estética sustituye a la esencia. No es culpa suya. Están haciendo lo que el mercado pide. Pero nosotros, los que venimos de otra época, no podemos evitar echar de menos cuando un coche te miraba dentro del alma desde la portada de una revista.
Hoy los SUV chinos baratos, modernos, y funcionales, y eso está bien para muchos, pero no para todos. Algunos aún queremos coches que nos hagan sentir algo. Que no se apaguen al cerrar la app. Que no necesiten pantallas para gustar. Que no sean un clon con ruedas.
Porque si todo acaba sabiendo igual, si todo se conduce igual, si todo se ve igual… entonces, ¿para qué aspirar a uno?
Jose Manuel Miana
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